heridas

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Tú me dejaste con el corazón en la mano.
¿Yo? Creo que te di la razón.
Me quedé ahí, con las rodillas sangrando tras gatear por la gravilla gritándole patéticamente a un dios hacia el cual ya no sentía fe. Me arrebataste el corazón, me arrebataste la fe, me arrebataste tu calor, me arrebataste cada una de las cerillas, cada uno de los cuchillos que yo deseaba clavarme ante el altar a la virgen que siempre me lloraría, retratada así sobre marfil y oro.
Y con las rodillas formando ríos al igual que los ojos, te echo la culpa. Es más fácil culparte de dejarme ardiente, enmohecida, ante el cristo siempre impasible que culparme a mí por no tener valentía. Por ser igual de patética. A veces pienso que todo fue un sueño, que la única mirada que nunca me echaste fue de desdén. Creo que nuestros labios nunca más se volvieron a besar porque te supe a decepción.
Creo que yo tampoco besaría mis escamados labios.

Rosario en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora