chico, pecera, dolor

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Un día decidí meter la cabeza en la pecera del despacho del rector.
No sé qué me llevó a eso, pero lo hice. Lo hice como se hacen tantas cosas en esta vida, lo que pasa es que cuando entró su secretaria y me vió, no lo entendió, nadie lo hizo. Ni siquiera lo intentaron.
La gente tiene hijos sin pensarselo, y les meten la cabeza bajo el agua al año de vida, pero luego vas tú, lo haces otra vez y te tratan como demente.
El castigo fue llevarme a la iglesia del colegio y aguantarme la cabeza bajo el agua bendita a ver si Dios lavaba mi cerebro.
Lo que no entendieron es que me daban lo que buscaba en esa pecera. Buscaba el límite de mis pulmones, de mi cuerpo, el límite entre la vida y la muerte, lo terrenal y San Pedro. Y yo funciono por impulsos, ¿acaso es algo malo? ¿no venimos a morir a este mundo? ¿a sufrir?
¿Tan malo es disfrutar el dolor si de ello se trata esta vida?

Rosario en llamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora