Treinta Y Uno

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—Lo dejo —soltó al irrumpir en el despacho de Dumbledore. El director levantó la vista de los papeles y le observó un tanto perdido. Severus extendió la varita para acercar el pensadero y depositar el recuerdo reciente.

—Las cosas no están yendo bien —repuso el anciano al volver al presente—. Remus quiere alejarte por ser Harry un menor.

—No hará falta. Como he dicho lo dejo. Hay un puesto que me ofrecieron hace años en Irlanda. Lo he consultado y vuelve a estar disponible. No queda tanto para finalizar el curso, seguro que Lupin puede retomar su antiguo puesto.

—Quedan más de dos meses, no puedes irte así. No dejaré que te vayas, es mi responsabilidad que te cures completamente. Hablaré con Remus y...

—Ya lo he decidido —cortó en tono amable—. Le pondré todas mis observaciones sobre los alumnos a Lupin y llevo un listado con las notas y puntos. No tendrá ningún problema.

—¿Un puesto de qué?

—Elaborador de pociones.

—Ni hablar. —Se puso en pie propinando un fuerte golpe en la mesa—. No permitiré que nadie me obligue a perder a un excelente maestro ni a un amigo como tú, Severus. Yo mismo trataré de cerrar ese estúpido núcleo y más tarde borraré la memoria de Harry.

—Es imposible. Solo podemos hacerlo nosotros.

—Sí, pero esta vez estaré con vosotros. Si Harry quiere ayudarte a que le olvides empezaré a hacerlo borrando lo que sabe.

Sin embargo, Dumbledore no salió en la búsqueda del chico, sino que prefirió quedarse en su despacho con Severus haciendo planes para tratar de alejar a ese mago antes de que Severus se fuera definitivamente. El director intentó convencerle en varias ocasiones, al menos a que esperara a fin de curso. No se sentiría tranquilo sabiendo que no estaba curado por completo.

—Está bien —aceptó Severus tras unas horas en el despacho—, pero me iré antes del banquete de despedida. Quiero cerrar todo lo que tenga que ver con Potter. Si me voy hoy seguro que terminaría arrastrándome a donde él vaya.

—Lo haremos de manera diferente. Esperaremos un tiempo a que se calmen las aguas entre vosotros.

∆∆∆

Severus se sentía mejor consigo mismo por el simple hecho de poder pasar al lado de Potter y lograr ignorarlo. En la cena del sábado pilló a Hermione observándolo con el ceño fruncido, apartó la vista cuando el chico le dio un codazo en las costillas. Se había ido de la lengua. En el desayuno del día siguiente Harry le dedicó una fugaz mirada, no supo leer el significado de esta. Dumbledore llamó al muchacho para que se presentara en su despacho por la tarde. Cuando se aproximó a la mesa e hizo el amago de dirigirse hacia él, Severus se puso en pie apartando la capa de sus pies y perdiéndose por la puerta situada atrás de la mesa de los profesores.

—¿Qué sucede, señor?

—Se han aplazado las reuniones con el profesor Snape hasta nuevo aviso. Ambos estaréis a salvo aquí dentro.

—¿Por qué? —Dumbledore dio media vuelta mirándole de medio lado.

—Severus se marcha. Al final del curso ya no estará en Hogwarts —comentó tratando de disfrazar su disgusto con él—, por lo que te pido que dejes solucionado todo lo relacionado con él. Ya sabes, todo lo que rompiste.

Antes de que pudiera replicar el director casi había ganado la puerta del Gran Comedor dejándole con varias preguntas por hacer.

∆∆∆

Transcurrieron dos semanas en las que Severus volvió a equilibrarse consigo mismo. Tuvieron lugar dos reuniones junto a Dumbledore en las que pudo separar levemente ambos núcleos, y contra todo pronóstico, el mantenerse alejado del chico con la mayor de las indiferencias consiguió que involucrarse en aquello fuera menos doloroso y más efectivo.

El resto del tiempo, cuando no se dedicaba al trabajo, podía encerrarse en su despacho y olvidarse de todo. Al principio Harry intentó hablar con él por el hecho de que se enteró de su partida. No obstante, él le ignoró una vez más como si no hubiera nadie a su lado en el pasillo. Y por primera vez en años se permitió recrearse en su propio bienestar.

Con el tema del mago vital se había distraído. Pasaba gran parte de las noches deambulando por los jardines, cerca del bosque prohibido y en la mayoría del terreno del colegio vigilando al supuesto intruso. No encontró nada salvo unas horas de paz en las que la soledad volvió a ser su mejor aliada.

De camino al castillo vislumbró al chico arriba de las escaleras de la entrada. No tuvo más remedio que pasar a su lado.

—Profesor Snape, casi se acerca la fecha del mes y medio —comentó siguiendo sus pasos cuando este no se detuvo.

—Me asombra tu inteligencia, Potter —dijo irónico.

—Solo quería saber cómo se encuentra —replicó con la molestia adornando su voz.

—Como si Dumbledore no te mantuviera informado.

—Me siento aliviado porque pronto tendrá que dejar de hacer esas transfusiones de sangre.

—Yo también.

—¿Y usted por qué iba a estarlo? —cuestionó enfadado—. Ya no recibirá una energía y poder que no le pertenecen.

Severus se detuvo tan de golpe que Harry le sobrepasó y tuvo que volver hacia atrás.

—Si fuera por mi parte ya estaría fuera de este colegio. No todo sucede o deja de suceder porque yo lo diga. Pero es evidente el interés que sientes por mi evolución curativa, Potter. De verdad, me siento alagado.

El profesor retomó su andadura hacia la puerta del castillo mientras el chico seguía tras él. Su curiosidad era mayor que su recelo hacia él.

—No entiendo su afán por marcharse. Creía que le gustaba su trabajo, que Hogwarts era su hogar. De todos modos solo tendrá que soportarme un año más.

—Ni un minuto más. —De nuevo se detuvo para encararle antes de traspasar el umbral del colegio—. Piensa, Potter, imagina cómo te sentirías si la pequeña Weasley al conocer tu interés en ella se burlara de ti. Hiciera comentarios hirientes sobre tu lealtad o valentía. Y jurara pagada de sí misma que te ayudaría a olvidarla. ¿Qué harías en ese caso? —Harry no respondió y Severus soltó una carcajada—. Solo eres un arrogante como tu padre.

Cuando Snape se perdió en el interior del castillo Harry se dio cuenta de lo idiota que estaba siendo con el profesor. Tenía razón, ni siquiera había pensado en cómo podía estar sintiéndose él por tener que abandonar un lugar tan especial como Hogwarts o por verse una vez más rechazo y apartado de la persona a la que quería. Al final de cuentas fue él quien pensó que sería maravilloso ser amado de esa manera. ¿Y a quién quería engañar? Ya no veía a Snape con ese resentimiento ni desagrado, y en ocasiones cuando estaba en la sala común con Ginny se preguntaba qué estaría haciendo su profesor.

Plantado, con la vista perdida por el lugar donde había desaparecido Snape, se dio cuenta de que actuaba así por una sola razón. Snape estaba haciendo con él lo mismo que Remus hizo en su momento con aquella mujer desconocida: desterrar a Ginny de sus pensamientos para ocupar su sitio. Suspiró consternado porque el motivo de que el profesor quisiera irse era culpa suya y ahora tenía que remediarlo.

El invierno de una vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora