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El constante traqueteo de las vías del metro era un sonido al que ya se había acostumbrado. Tanto como para que el tracata-tracata que martillaba en tus oídos se volviera inaudible o, mejor aún, una canción de cuna. Eran pasadas las 23:00 horas cuando cayó en un estado de sopor, con la mejilla pegada a la ventana y el vidrio empañándose con el vaho que exhalaba por la boca, en su camino a la estación de Sanggul, Boradong.

Un viernes por la noche en la que los pasajeros murmuraban, entre risas, las compras hechas en Gangnam, Seúl, y de la buena comida que habían disfrutado de un restaurante tailandés. Todos ellos, como él, escapando de las vidas que les esperaban cuando regresaran a los pequeños, y casi olvidados, suburbios.

Un zumbido emergió del bolsillo de su chaqueta, del cual no se percató tras encontrarse sumergido en un profundo sueño. No fue hasta que el vehículo retornó en una curva que su rostro se despegó un par de centímetros de la ventana para luego volver a pegarse a ella en un ruido seco. Despertó atolondrado y se limpió la saliva que se le acumuló en la comisura del labio, sacó el teléfono y presionó Contestar.

Era una videollamada entrante.

—Hey —canturreó una voz grave, perteneciente a un hombre de cabello rubio que apareció en la pantalla. Lee Felix. Se hallaba dentro de su auto, la luz del alumbrado público y los faroles de otros autos crearon un mosaico en tonos blancos y rojo brillante en lagunas secciones de su rostro—, veo que también estás de camino a casa.

—¿Conduces mientras estás al teléfono? —interrogó, todavía adormilado.

—¿Disculpa? —Felix elevó una ceja— Ni siquiera un 'Hola', '¿Cómo estás?', '¿Cómo se encuentra el hombre más maravilloso del planeta?' —exclamó, evidentemente ofendido— Estoy atascado en el tráfico, la luz del semáforo está en verde pero los autos están lejos de moverse y acabo de tomarme un litro de jugo de naranja con kiwi —recalcó señalando su botella de plástico vacía—, lo cual fue mala idea porque todavía me quedan veinte minutos de viaje hasta llegar al apartamento, para que mi novio me regañe apenas contesta el teléfono —Chang Bin rio suavemente ante su dramatismo—. Estoy bien, por cierto.

—Perdóname.

—Estoy jugando —Sonrió regresando su vista al frente—. Necesitaba llamarte y no podía esperar a llegar a casa, así que lo hice ahora.

—¿Cuál es la urgencia?

—¿Recuerdas a mi amigo Chen Le?

—¿El abogado? —Se acurrucó un poco más en el asiento.

—Sí. Me llamó para que fuéramos por unos tragos y llevó a su primo, un sujeto bastante agradable, es vendedor de bienes raíces y, claro que no podía dejar pasar la oportunidad de promocionarse... en fin, está vendiendo una casa. Aquí. En Busan. Zona céntrica. Dos habitaciones, un baño, una sala de estar enorme y una terraza con una vista horrible a las vías del metro, aunque no me molestaría usarla solo para lavar la ropa...

—Espera, ¿quieres comprar una casa?

Felix calló de repente, notoriamente nervioso por lo siguiente que iba a decir.

—Sí, bueno... no lo sé. Es solo que ya llevamos siete años de relación, pero difícilmente hemos estado juntos por un largo periodo de tiempo, así que pensé que sería una buena idea finalmente mudarnos juntos. ¿Tú no lo has pensado?

—Sí, pero... —titubeó— el señor Kim me dio trabajo de tiempo completo.

—Oh, ¿en serio?

—Sí. Woo Young tuvo que salir en un viaje de emergencia, su abuela está bastante enferma y no puedo dejar sola a Seo Hee...

Rabiaes Dementia: ReminiscenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora