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No recordaba exactamente que había ocurrido la noche anterior, su último recuerdo recaía en la cara sonrojada y risueña de Felix. Al segundo siguiente, se encontraba en el suelo de la habitación que compartían, enredados en el futón y la ropa del día anterior desprendiendo un olor a alcohol y ahumado. Sus sentidos no estuvieron del todo alertas hasta que el sonido chirriante del metro derrapando en sus rieles lo devolvió a la realidad.

Bebieron.

Demasiado.

No era bueno cuando eso ocurría, y lo supo en el momento en que notó Felix durmiendo perezosamente a su lado.

—¡Felix, levántate! —Lo zarandeó con brusquedad, interrumpiendo sus ronquidos. El chico ni siquiera podía abrir los ojos completamente.

—¿Eh?

—Tienes media hora para llegar al trabajo.

Solo escuchar la palabra 'trabajo' fue motivo suficiente para que Felix saliera a tropezones de la cama. No tenían agua como para que se diera una ducha, por lo que solo se lavó el cabello con el diminuto chorro de agua que salía del lavabo de la cocina, se embadurnó de desodorante y se roció de un perfume, que no olía muy sofisticado cuando ocultaba el hecho de que no te bañaste. Mientras tanto, Chang Bin solo recogió los manuales y folletos que Felix utilizaba en la facultad y los metió toscamente en su mochila.

Felix estaba masticando un trozo de manzana cuando quiso plantarle un beso de agradecimiento a Chang Bin.

—¿Te cepillaste los dientes? —interrogó poniendo la mano en medio.

Al chico solo se le subieron los colores al rostro.

—¡Sí lo hice! ¡Agh!

Pegó media vuelta y salió furibundo de casa. Chang Bin solo rio por lo infantil que lucía cuando hacía berrinches. Aunque pensó que tal vez debería reforzar su responsabilidad como empleado. El contador fiscal de una gran empresa no debería salir a trabajar cuando despertó cayéndose de la cama.

Miró a los alrededores de su pequeño hogar y... sí, era un absoluto desastre.

Identificó maletas abiertas con prendas de ropa aún adentro, cajas selladas, vasos y platos a medio lavar y la estufa eléctrica tirada en el suelo. Se puso manos a la obra. Terminó por desempacar la ropa de ambas y catalogó cada prenda cuidadosamente en los armarios y cajones que venían adheridos a la pared de la habitación, continuó con las cajas y de ellas extrajo libros y discos que tenían más por colección, no tenían muchos muebles, por lo que solo colocó dos cojines a los lados de la mesa del comedor, instaló inútilmente la lavadora debido a su falta de agua y lavó y ordenó las vasijas y cubiertos en los gabinetes de su pequeña cocina. Al terminar sintió que por fin podía respirar libremente, pensando en que, con algo de trabajo duro, podían hacer de aquella casita un hogar.

Eso esperaba.

Para finalizar, tomó su viejo uniforme de la academia de la cama, una túnica larga color azul marino con pantalones a juego, varias franjas rojas le atravesaban en vertical y le acompañaba un set de capa, gorro y guantes blancos, estos últimos eran símbolo de la conclusión de sus estudios. Guardó el uniforme en un plástico protector y lo colgó en el armario, silenciosamente deseando que pudiera ver la luz del exterior otra vez, algún día.

•••

Estaba convencido de que Felix no llamaría a un plomero, por lo que hizo una publicación en Naver buscando a un experto en la materia. Encontró a un hombre que se hacía llamar Chittaphon Leechaiyapornkul —sí, demasiado largo—, un joven tailandés versado en la plomería que, aún con su corta edad, también era bastante adiestrado en carpintería y cerrajería. Pagó con su tarjeta y el hombre accedió a visitar su hogar esa misma mañana, lo cual le venía de maravilla.

Rabiaes Dementia: ReminiscenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora