Capítulo 4.

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Al César, lo que es del César

Arribó la mañana, la aurora de rojizos dedos, cuando todos los hombres de anchos hombros, los conocidos por ser fieros bebedores de vino, abandonaron las tierras de los humildes y bien servidos campesinos, que honrados por la gracia de las hijas de Baco, iniciaron nuevo día de labores, labraron la tierra con bueyes de largos cuernos, dando de comer y de beber a los animales, para luego disponer frutas para el desayuno de las nobles damas, más solo tres de ellas se levantaron con la aurora, pues la doncella de rubios cabellos había extendido su descanso hasta muy avanzada la mañana., negándose a abandonar las tierras de Somnia y sus prominentes promesas.

Tal fue el comportamiento de la doncella, que al verse descuidada de su obligación, salió de su habitación apenas habiéndose lavado la cara y recorrió el viñedo apenada, en la búsqueda de sus queridas hermanas, que se encontraban hablando y disfrutando de la compañía de los ancianos y niños, excepto por Lena la musa de níveos brazos, que invadida por las nostalgia del trabajo, cargaba en hombros sacos rebosantes de granos para servirlos a la venta, admirados los campesinos le sirvieron reverencias, más ellas no las recibió, cambio su trabajo por tiernos abrazos y se dispuso al poco tiempo a jugar con los niños, que deleitados por su belleza, tejieron trenzas en sus largos cabellos negros y le adornaron la cabeza con flores de distintos colores.

Su belleza se vio entonces aumentada y por leves momentos la doncella creyó estar en presencia de Venus misma, que echa mortal alegraba la vida de los trabajadores. Así lo afirmó y por cortos momentos fue real su sospecha, más la musa, tratando de cumplir su promesa de no incomodarla, no inquirió comentario alguno o la saludo más allá de un gesto de reverencia, para retirarse después de su presencia, guiada de la mano por los niños, que ahora le prometían llevarla a lugares secretos, donde solo los dioses habitan.

-Que penosa y desdichada es tu situación hermana querida. – interrumpió Alexandra la de rojizos cabellos. – has despreciado a la más hermosa entre las hijas de Baco, bajo ninguna razón.

-No le desprecio. – respondió de mala manera la doncella. – pues nuestro Dios ha dispuesto que sea nuestra hermana.

-No hago referencia a eso, la has ridiculizado por su posición humilde, cuando tú misma te viste en peores harapos, y comentas sobre su estado entre bárbaros como si de un pecado se hablará ¿trataste al menos de conversar con ella?, pues has de saber que la musa no suspira nada más que por tus favores.

-Insensata que eres Alexandra, ella debió de reposar con fieros varones en su camino hasta nosotras y gozo de manera solitaria los placeres de los hombres, viajando y sirviéndose a sí misma ¿crees que dejaría eso atrás por alguien como yo?, alguien a quien apenas conoce.

- ¿A ti?, a quien, apenas conociendo, le ofreció con pasión su capa de piel tocada por un Dios, como medio para protegerse del frío. Insensata eres tu hermana, que te niegas con excusas absurdas a servir a tus deseos.

-No he de conversar más contigo, mi vida no es tu asunto Alexandra, haz algo por la gloria de los dioses y busca los caballos que debemos regresar al palacio.

Así lo hubo dicho la doncella de rubios cabellos y su hermana obedeció, abandonando la conversación en búsqueda de las bestias solicitadas, más el silencio no satisfizo a la doncella pues sus pensamientos se venían a gritos, pues las palabras de su hermana parecían ser más que verídicas ante ella y los mismos dioses, era cierto que se había sentido atraída a la musa desde el momento en que la vio entre la gente, con sus primorosos ojos verdes llenos de excitación y su piel tan pálida como la seda, y que eso la había llevado a besarla con pasión, más la vergüenza cubrió rápidamente sus acciones. Tantas veces había sido seducida y herida, maltratada y olvidada, que se le era difícil aun con la gloria de su Dios, creer que había sentimientos más allá que los de la carne, o del mero interés de la propia satisfacción, por lo que prefirió ser ella la ama y señora en esa ocasión, y no darle importancia a los cumplidos baratos y los caprichos que ella conocía muy bien, aunque viniesen de labios tan dichosos, como los de los mismos dioses, labios tan profundamente rojos y carnosos, como los de Lena.

La Catedral Del Dios Baco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora