Capítulo 2.

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Las Hijas de Baco

Cuando la doncella le hubo extendido una alegre bienvenida, tiro con sorna de su brazo haciéndola caminar sobre la hermosa alfombra bordada, guiando a que prestará atención a los pilares pálidos que constituían ese palacio que parecían llegar al cielo mismo, más lo único realmente prominente a sus ojos, era la estatua de mármol blanco labrado que se erguía al frente de sus conmocionados pensamientos, ese era el hombre que había conocido tiempo atrás no había duda de ello, pues se asemejaba de forma única la estatua al real, con sus robustos músculos y rizados cabellos, sosteniendo sobre los hombros uvas magnánimas y deliciosas que alguna vez ella misma había probado, obteniendo los favores de un Dios.

La musa se vio atónita de tal modo, ante la contemplación de lo sucedido, extendiendo sus manos a la túnica blanca sobre sus hombros, era cierto y hasta ahora lo había omitido por completo, pero había ofrecido a aquella mujer que era una extraña, la túnica de su Dios acompañada de la piel de lobo, el símbolo que la unía a él, solo por un favor despreciado. Aun así, sonrió, ante la figura del Dios al que había decidido servir, que no era otro que Baco, un Dios del que nada sabía, pero que había sido el único que prestó atención a sus oraciones y al dolor de su corazón.

-Admiras la exactitud con la que se ha labrado su rostro, lo entiendo, yo también me paso horas enteras aquí en tal admiración. – exclamó la doncella rubia a su lado.

-Supongo por tus palabras que también lo has conocido en cuerpo y carne. – resaltó la musa de oscuros cabellos. – por favor doncella dime con realismo, ¿quién es y cómo has llegado a servirlo?

-Veo porque le agradas, no pareces temer a las confrontaciones y eres curiosa como cualquier mortal. – sonrió colocándose frente a ella nuevamente. – te enseñaré lo que quieres saber.

Así habló y con ímpetu llevó la doncella las manos a los hombros de la ojiverde, y apartó de un tirón la capa de piel de lobo que tanto aprecio le había tomado la musa, su cuerpo se mostró entonces nuevamente, con sus vestiduras humildes de cuero que mostraba su abdomen y sus pálidos brazos, que no había cambiado con mucha frecuencia a pesar del tiempo, aun así, sintió sobre su piel el peso de la admiración de la doncella que parecía devorarla solo con sus ojos azules, haciendo que sus respiros se volvieran largos y dificultosos, incitando un silencio entre ambas que bien pudo durar siglos.

Le acarició después las mejillas, que se tornaban en un rojo desmesurado, bajando poco a poco por su cuello, viajando por sus brazos hasta que tuvo nuevamente sus manos atrapadas en el agarre de sus dedos perfumados, más la conmoción vino poco después, cuando sin contemplación alguna la doncella le propinó el más gustoso beso en los labios, sorprendiéndola en demasía, poseyéndola como si fuera una esclava a su humilde atención, sirviéndose de ella, como si fuera dulce vino.

La lengua fue la parte más exploradora de la doncella, pues sin mediar permiso o disculpa, invadió su interior con expectante agitación, la musa hasta entonces no había propinado un beso con la calidad de esos ímpetus, más la doncella parecía completamente experta en sus acciones, era como si la desease con fervor con apenas cruzar unas pocas palabras, ¿acaso esa era la bienvenida al palacio de Baco?, si era correcta la afirmación, ya se sentía como en su propia casa.

Por supuesto, no hubo violencia o rechazo de su parte, pues el beso estaba compuesto por el mismo sabor gustoso de aquella uva que había devorado con ansias, así que se vio en la necesidad de extender ese gusto hasta que el aire faltó en sus pulmones, y tuvieron que separarse con ingrato sacrificio, abriendo lentamente los ojos que había cerrado sin darse cuenta, para mirar fijamente los ojos azules de la doncella que se había sonrojado de la misma forma que ella, era cierto y por un momento ambas lo entendieron, habían sucumbido ante una debilidad muy propia de los mortales.

La Catedral Del Dios Baco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora