Capítulo 8.

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El Camino de Odiseo

Instruida la noble sapiencia de Lena la musa de níveos brazos, el joven con solemne agradecimiento hizo una señal para sus hermanos, que aparecieron de entre las sombras admirados por la bondad de la mujer y al mismo tiempo temerosos por su aspecto. Caminaron por la oscuridad de las calles, con ligeros pasos mostrando sus desvalidos aspectos. No eran nada más que un niño y una niña, que no poseían ni diez primaveras, con sus ropas maltratadas de igual forma, por el uso y las cenizas que ahora reinaban en el ambiente, no parecían tener heridas visibles, pero sus cuerpos ya estaban demacrados por las marcas de la hambruna.

- ¿Eres una hija de hombres? – interrogó la niña al acercarse lo suficiente como para ver las manos de la musa.

-Solo soy una animada hija de la nada. – respondió la morena, cubriendo su rostro ligeramente con el digno manto.

-Me hace feliz saberlo, nosotros también dejamos de ser, hijos de los hombres. – concluyó, adentrándose al palacio.

Un ardor muy poco propio le invadió el pecho a la preciosa musa, ante palabras tan amargas dichas por ser tan divino, por lo que, tuvo que llevarse la mano al pecho conteniendo los sentimientos que allí florecían, después de todo, solo se trataban de pequeños niños, bajitos y de piel morena, con rizos oscuros cayéndole de la cabeza, con sus estómagos vacíos y sus manos lastimadas, preciosos tesoros que ahora se veían reducidos a olvido de un corazón afligido, como ella misma lo fue antes y lo era ahora.

Los guio poco después al salón principal del templo, donde reposaban las ofrendas y les permitió comer y beber en dignos platos y copas de oro, hasta que estuvieron satisfechos, mientras ella encendía dulces velas perfumadas buscando alejar el olor a muerte del viento, por supuesto ella tomó asiento junto a ellos poco después, dejándose el hermoso manto sobre el rostro para no incomodar a sus magníficos invitados, que parecían no temer ahora de su compañía, tras cruzar algunas palabras con ella.

Les ofreció, además, una habitación para que pudieran dormir esa noche y cualquier otra noche que desearan, después de todo, sus dignas hermanas no vendrían a descansar en sus lechos nunca más. Los más pequeños de sus invitados aceptaron la propuesta apenas las palabras salieron de la boca de la musa y abandonaron el salón con calmos pasos despidiéndose con ligeras reverencias, sin embargo, el joven que se había acercado a ella en primer lugar permaneció con honra en la silla al lado de la suya, debatiéndose internamente, en pensamientos que ni los mismos dioses logran descifrar pese a que se lo propongan.

-No podría pagarle nunca por esta ayuda que me ha ofrecido, noble mujer, divina entre los hombres. – clamó el joven. - no somos dignos de su presencia, menos de sus atenciones.

-Puedes agradecerme, otorgándome tu nombre y tu historia, eso será suficiente pago. – respondió la musa sirviéndole otra copa de aguamiel.

-Soy Lael, hijo mayor de Néstor el gran carpintero de Roma y de Idotea, la más hermosa de las costureras, quien murió al parir al último de mis hermanos. – musito solemne bebiendo de la copa servida.

- ¿Qué ha pasado con tu padre? – continuó la musa con intriga.

-Mi padre siempre fue digno varón, por lo que fue a atender el incendio con otros hombres como él, y jamás regresó. – concluyó el joven derramando amargas lágrimas, que secaba poco a poco con sus propias manos.

Las lágrimas se vieron reflejadas en la musa con el conocimiento de un dolor que era igual al suyo, por lo que, sin contemplación alguna, se apartó de la labrada silla donde reposaba, y tomó al joven en un tierno abrazo, consolándole con el dolor de su corazón. Le beso además las manos y las mejillas y lo insto a que abandonara el salón y siguiera a sus hermanos, el noble joven obedeció sin replicar, dejando atrás a la musa quien apresuro a sus labios una última copa de dulce vino para completar su noche antes de volver a su dulce lecho, no estaba segura de lo que representaban los acontecimientos a los que se enfrentaba, pero fuera cual fuera su destino, estaba atado a los niños, ahora lo sabía, y estaba segura que su doncella así lo habría pensado.

La Catedral Del Dios Baco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora