La Ramera de Altos Heraldos
Habla Dios, de multiforme ingenio, de aquella mujer que a ti acudió en búsqueda de las más fortuitas aventuras, más allá del gusto propio de los hombres, pues la leyenda cuenta que belleza como la suya pocas veces se conoce y ansias como las que profesaba no se han visto nuevamente en una tierra como esta. Habla Dios, pues de aquel tiempo nadie ha podido escapar y solo se conocen leyendas y relatos más fantásticos que reales. Más entonces si el relato de un ser más próspero que las fiestas nocturnas, se acerca al mito, la musa, en cuestión debe ser algo más que divina, debe ser... del todo mortal.
Dicen que nació en la antigua Babilonia, años después de que se conociera el nacimiento del hijo del Dios cristiano, no era de familia privilegiada, sino de campesinos humildes, que le enseñaron desde que era una niña, que no había destino más allá que el de servir a los sacerdotes helénicos, los únicos que no habían huido de esa ciudad caída en desgracia, además de su familia, que apenas pudiendo sobrevivir había sido dejada atrás junto a los que no podían pagar un traslado o los lujos de un hogar nuevo.
Y así fue creciendo en gracia y belleza, como la flor entre los escombros de un tembló olvidado, procurando obedecer a sus mayores, y salvando de cuando en cuando su vida de pestes y enfermedades que hicieron sucumbir a los que llevaban su sangre, más, aunque logró escapar de una muerte horrorosa solo las personas que descansaban en sus hogares con alimento suficiente, estaban salvas de un destino cruel como el que a ella le aguardaba, sería esclava por el resto de su vida o estaría muerta para finalizar la siguiente estación. Con el transcurso de los años esa lección se le que quedó clavada en la piel, que muchas veces estuvo pegada a sus huesos, a pesar de haber suplicado al Dios de los helenos, al Dios de los amoraim y al Dios cristiano, una hogaza de pan, solo que, ninguno respondió a su súplica
Así fue como con solo catorce primaveras, se vio en la necesidad de tomar lo que no era suyo, no porque así lo desease, sino porque no había trabajo o lugar para alguien como ella, solo una joven de cabellos negros como el carbón, de ojos aceituna y tés pálida como la de un cadáver, que les recordaba constantemente a los sabios y creyentes, que goleaban sus pechos y se llenaban la boca con declaraciones al respecto del amor y la compasión, que los privilegios se ven afectados por el dinero y la posición incluso para los mismos dioses. Por ello, habrá de caer muerto, sobre la tierra sagrada, aquel que no pueda pagar por el amor de su Dios.
Más entonces, sus acciones desesperadas la llevaron a estar bajo el cuestionamiento de los hombres que con el tiempo había despreciado, los que sacrificaban toros y corderos para sus deidades bañadas en oro, hacían fiestas para su propia gente y dejaban atrás a cualquiera que no estuviera a su altura, pero que blandirían todo el peso de sus leyes sobre una hogaza de pan, que de nada les serviría luego de caer al suelo. Lo que dio por sentado, ningún otro resultado que una pena extensa que debía cumplir en un agujero lleno de otros ladrones y despreciables seres de la sociedad como ella lo era, finalmente se encontraba entre los suyos, entre los olvidados, entre los sarnosos, entre los pobres y los inmundos.
Fue allí más cuenta la leyenda que conoció finalmente a su Dios, uno que no había conocido antes, ni en nombre, ni en historia, quien estaba sentado en un rincón con las piernas cruzadas y la mirada fija en la única ventana de aquel apestoso agujero. Su barba era abundante y oscura, y sus cabellos eran rizos agraciados, como los que no había visto en ningún otro hombre, su piel, además, era ligeramente tostada, por el contacto constante del sol, y aunque era alto y robusto, sus músculos estaban mejor labrados que los de los soldados. Solo llevaba una túnica blanca, que a pesar de la situación en la que se encontraba se veía aun en perfectas condiciones y como toque seductor llevaba en sus manos un racimo de uvas frescas que nadie parecía querer tocar, por razones que ella, encontraba desconocidas.
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La Catedral Del Dios Baco.
FanfictionHabla Dios, de multiforme ingenio, que llena las copas de dulce vino, de aquella mujer que a ti acudió en búsqueda de las más fortuitas aventuras, más allá del gusto propio de los hombres, pues la leyenda cuenta que belleza como la suya pocas veces...