Capítulo 10.

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Las Condiciones de la Primavera

De esa forma y consciente de la situación que la diosa alguna vez vivió por sí misma, no fue algo inesperado, que llevara el cuerpo herido de esa mujer a quien su hijo adoraba a su magno regazo, sosteniéndola en brazos como una madre, limpiándole el rostro lleno de sangre y tierra con la seda de su propio divinal vestido. Era una mujer hermosa para los ojos de la diosa, quien la veía sin ningún daño aparente, sus ojos verdes se mantenían a pesar de los años, cristalinos como el agua y su piel era como el mármol labrado, tan claro y frío como el de un cadáver.

-Musa de níveos brazos, puede que los mortales poco lo recuerden, pero yo también estuve en brazos de Eros mucho tiempo atrás. – inició la diosa. – él era un Dios radiante de vida y fuerza, con hombros anchos y brazos como troncos de barco, y lleno de ideas de paz que nunca antes se habían pronunciado, lo ame de la misma forma en la que tú, a tú preciosa doncella. Pero los destinos son tan necios, que lo llevaron a la trampa tendida por su hermano, dejándole en lugar de riquezas como al inicio había prometido, nada más que el dominio de un lugar pestilente y el temor de los mortales.

-Mi amado Hades, no tardó mucho en consumirse en la oscuridad que irradia tanta muerte. – continuo la hermosa deidad. – y se volvió vano y arrogante, hasta el punto en que quiso tenerme a la fuerza, secuestrándome del palacio de mi madre, la primavera, y trayéndome con él aquí. Por eso debía estar segura que tu amor era genuino, dado que el amor corrupto es aquel que continúa extendiéndose hasta que se hace oscuro, mientras que el amor genuino, muere y renace en todas las almas por igual.

-No, digna diosa, entiendo que el dolor termina conmigo. – sentenció la musa bajando los ritmos de su respiración. – estoy conforme con que ella pueda vivir.

-No todavía, te queda mucho por hacer. – sonrió Proserpina la hija de la primavera. – nosotros los dioses necesitamos que nos adoren para obtener nuestro poder, como ahora lo hacen los hombres, pero inevitablemente, un nuevo Dios se levantará sobre las cenizas que Nerón ha provocado, y su culto se hará tan fuerte que enloquecerá a los mortales, causando tantas muertes y dolor, que el mundo se tornara oscuro y los hijos de dioses necesitaran un lugar en donde ocultarse y una figura a la cual seguir.

Los destinos así lo predijeron y nada podía hacerse, más la diosa, solemne entre mortales, acercó a su mano una copa de madera envejecida, la que usarían los humildes campesinos, y la lleno con ambrosía, el misterioso manjar de los dioses y algunas gotas de su propia sangre, y le inclinó la cabeza ligeramente a la musa, que se hallaba casi inconsciente, haciéndola beber del cáliz, hasta que este se vio sin una gota. Luego la cubrió con un oscuro manto, apartando de su mano la punta de flecha ensangrentada y la dejó reposar sobre la roca ardiente del Hades.

-Has acordado servir a los dioses a cambio de la vida de tu adorada doncella, pero los dioses pronto caerán bajo el peso de su propia soberbia. – inquirió la diosa. – si decides servirme y a Baco, mi hijo, te daré eternidad, fuerza y fortuna, para que le des cobijo a los que sufren, a los que lloran, a los que se refugian en la oscuridad, a los que han sido olvidados. Salva a cuantos puedas y servirles dulce vino, para que cuando lleguen aquí, no sea tanto el desdicho que tenga que apartarles de los hombros.

-Sufriré con cada mortal, con agrado en mi corazón. – murmuró apenas entre los dientes. – diosa inmortal, junto a ella deseo estar.

Cerró de esa forma sus ojos, Lena la hija de Baco, mientras su cuerpo se hundía en una calma de sueño infundado por la diosa. El gesto entonces se le relajó inmediatamente y en su rostro ya no parecía haber dolor o sufrimiento alguno, acto seguido, Proserpina, la favoreció con inmortales dones, para que fuese eternamente admirada por los que caminan en la tierra; primero le lavo el bello cabello, haciendo que este fuese más largo y oscuro, como el mismo carbón y que se desprendiera de el delicioso aroma; luego, la hizo más alta y más robusta, enderezándole la espalda, regresando el músculo a sus huesos retornándole la piel, dejando como toque adicional una blancura en su tez que se aventajaba sobre el más puro marfil.

La Catedral Del Dios Baco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora