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Mis ojos estaban cerrados. No me importaba si los demás miraban o no.

Estaba temblando de alegría. Era como estar en un verdadero sueño. Aquellos segundos fueron los más largos de mi vida.

Finalmente, Kaeya se separó.

Me hubiera gustado aparentar un poco, y ocultar mi emoción, pero sabía que mis ojos y mi sonrisa me delataban, y se me veía radiante.

Él me miraba. Sonreía igual que yo. Era una situación surrealista.

Todo se había quedado en silencio. O quizás era yo, que estaba ignorando todo a mi alrededor y fijándome solamente en Kaeya.

Cuando volví a la realidad, me di cuenta de que todos los demás estaban aplaudiendo. Thoma, Venti y Diluc nos miraban, todos ellos sonrientes.

- Es una pena que Childe no este aquí, solo de imaginarme su reacción me hace reír - le susurró Venti a Diluc.

- ¡Podrías no hablar tal alto, Venti!     - exclamó Kaeya, a modo de regaño.
- ¡Si no quieres que comentemos nada no te beses con Albedo en frente de todos! Libertad de expresión, Kaeya, espera mi denuncia.
- Lo haré encantado - sonrío el de pelo azul.
- Otro aplauso por Kaeya y por haberse dignado a besar a Albedo después de tanto tiempo - sugirió Diluc, y todos lo hicimos, incluyéndome a mí.

Kaeya le saco el dedo corazón a Diluc, a modo de insulto, y me besó de nuevo.

Los gritos y los aplausos se intensificaron, y lejos de molestarme, me llenaron de euforia.

Mi sonrisa no se desvaneció de mi rostro ningún momento de aquel día.
Sentía que aquello era irreal: algún tipo de magia o hechizo.

Cada vez que Kaeya me miraba, mi corazón saltaba.

No quería que llegara la hora de regresar a casa, deseaba que aquella noche fuera eterna.

Todos bailábamos y cantábamos a todo pulmón. Disfrutábamos como niños. La felicidad que sentíamos era tan pura que nos resultaba imposible de resistir.

Sentíamos que volábamos. Era realmente mágico.

El saber que Kaeya me amaba me llenaba de felicidad. No podía pensar en nada más. No había sido tan feliz en años. Era la primera vez en mucho tiempo que sonreía de aquella manera y tan honestamente.

La luna iluminaba nuestra pista de baile improvisada, mientras dábamos vueltas y nos inventábamos nuevos pasos de baile para cada canción que se reproducía en aquellos altavoces.

Bailábamos sin parar, sintiendo que gobernábamos el mundo. Aquel jardín era nuestro castillo, y la música eran las llaves de este.
No existía nadie más.
Solamente nosotros al son de la música.

Después de horas y horas bailando y cantando sin parar, caímos rendidos sobre el césped del jardín.

- Ha sido intenso... - dijo Thoma.
- Y que lo digas - exclamé.

Poco a poco, fuimos aceptando que era hora de irnos a casa. Nos levantamos, ayudamos a Venti a recoger todo lo que habíamos montado en el jardín y nos despedimos.

Todos nos dividimos en distintas direcciones, camino a casa.

Yo caminaba junto a Kaeya en silencio, de la mano. Era un silencio cómodo y agradable.

- Quiero invitarte a un sitio mañana, Starlight - me dijo.
- ¿Dónde? - pregunté, curioso.
- Es una sorpresa, ¿vendrás?
- Claro - le respondí.
- Te recogeré cuando salgas del trabajo.
- ¿Te sabes mis horarios? - pregunté, algo sorprendido.
- Quizás... - murmuró el chico.

Me reí de nuevo.

- Mañana nos vamos, Starlight.

Kaeya me besó por últimamente antes de guiñarme un ojo y desaparecer en la oscuridad.

Baile en mi cuarto después, con las canciones que habían sonado antes en mi cabeza.

Cuando estuve lo suficientemente cansado, me acosté en la cama.

Había sido un día largo pero maravilloso. Probablemente uno de los mejores días del año y, quizás, de mi vida entera.

Me dormí poco a poco, con una sonrisa grabada en el rostro.

❀ ꜱᴛᴀʀʟɪɢʜᴛ ❀ [Kaebedo - Florist AU] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora