Nicolás Otamendi

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—¡Daaaale, gorda!—Exclamó Nico desde la cama. Yo terminé de acomodar su cuarto, por lo menos lo que le pertenecía, suspirando. Lo miré.—Dejá que me levante. Posta, posta estoy bien.

—Ya hablamos de esto, es tu día de descanso. Tus pantorrillas deben reposar.—Reproché.

El día anterior a la Selección Argentina le tocó jugar un clásico contra Países Bajos y a mi novio le correspondió marcar a un pibe que le sacaba más de una cabeza. Ganamos el partido pero la fatíga muscular apareció luego de la victoria.

Scaloni los dejó libres por veinticuatro horas, sin embargo, recibí un mensaje de parte del kinesiólogo que me recomendó visitar a Nico y no viceversa. Asi que con permiso del cuerpo técnico, me infiltré al edificio donde se hospedaban para evitar esfuerzos físicos innecesarios.

—¿Querés mimitos?—Le pregunto mientras pongo mis manos en mi cintura. Él simplemente bufó asintiendo, ofendido de que recibirá sólo eso.

Por este motivo las visitas al gran Otamendi se hicieron en su pieza. Su ex señora con sus hijos por la mañana y siesta. Yo, en el turno siguiente.

—Amor, estoy preocupada.—Confesé, sentandome al borde del colchón. La habitación compartida con Rodrigo, esta noche, era nuestra gracias a su adorable compresión.—¿Seguís con dolor?

Nico chasqueó la lengua y frunció el ceño, molesto. Se sentó en la cama, apoyando la espalda sobre la pared y estirando sus piernas bajo la sábana. Me miró profundamente.

—El dolor desapareció ayer.—Respondió de forma bastante obvia.—Gorda, soy jugador profesional.

Mis ojos lo observaron con suavidad y asentí, apretando mis labios. Hasta los mejores jugadores de fútbol estaban expuestos al desgaste físico y Nico, aunque lleve jugando años, ya no es el mismo de tiempo atrás.

Le sonreí, acariciandole las piernas por encima de las telas blancas. Sus ojitos brillaron cuando me correspondió el gesto con un puchero. Parece que iba a llorar de frustración. Lo entiendo perfectamente.

—¿Qué tal si lo ves como una cita? Ordenamos comida y vemos una peli.—Propuse.—No pensés que es una visita al hospital.

—Acepto entonce'.—Dijo satisfecho, por fin.

—Vete encargando la comida, dale. Voy a bañarme rapidito.—Él asintió.

Me puse de pie y agarré los productos para mi cabello, dirigiendome apresurada al baño. Pude sentir su mirada clavada en mi espalda hasta que desaparecí tras la puerta.

Me desnudé, fichandome en el gran espejo sobre el tocador, y sonreí pícara. Probablemente parte de su frustración tenía que ver con el hecho de que su "reposo" le prohibía realizar algunas acciones conmigo.
Sin más vuelta al asunto (podía ponerme peor que él), entré, abriendo la ducha y tranquilizandome ante el tacto del agua tibia. Tiré shampoo sobre mis manos y refregué mi cuero cabelludo, cerrando mis ojos. Tenía ganas de un buen masaje luego de haberla pasado tan mal en el último partido.

Estuve todo el transcurso estresada, viendo la pelota ir y venir junto al combo de patadas, empujones, cabezazos, faltas, amarillas... Muchas amarillas. Creo que el color me traumatizó. Solté una carcajada por mis pensamientos mientras quitaba el producto.

Escuché la puerta abrirse de fondo y le resté importancia.

—¿Amor?—Pregunté y sentí unas enormes manos ocupando mi cadera. Abrí mis ojos y deslicé las mías, acariciando los nudillos de las contrarias.

Hice el amague de putearlo pero...

—Sh.—Interrumpió, su cabeza hizo que mi cuello se incline levemente a un costado para dejar que repose mejor sobre mi hombro. Dejó unos besos por la zona y me pegó más a su cuerpo desnudo.—Vine a retirar mi comida porque no tenían el delivery disponible.

LA SCALONETA | One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora