Lisandro Martínez

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Hoy cumplió años mi hermano y como es de costumbre nuestra casa estaba abarrotada de sus tontos compañeros de fútbol. Es una costumbre que tenemos desde que él empezó a jugar en la Selección; algunos de los chicos viajan hasta el pueblito donde vivimos, en Córdoba, con sus autos y parejas. Luego se hospedan en unos departamentos que están bajo la custodia de mi familia, y en la siesta, salimos hacia el lugar secreto y especial que, por casualidad, encontramos un día.

Se trata de un espacio verde entre muchos árboles, tenía agua cayendo desde grandes piedras y una muy pequeña "laguna". Queda saliendo de Calchín, al costado de una ruta que se había dejado de usar porque creaba muchas vueltas y distancia innecesaria, aparte de muchas historias de terror que surgieron a causa de su abandonamiento.

Gracias a Otamendi, que una vez interrumpió el viaje con su esposa a nuestro pueblo para orinar, descubrimos esa hermosa ubicación.

—¿Y si te apurás?—Preguntó Julián entrando a mi habitación. Este cumpleaños era específicamente especial.—¿Qué pasó?

Se acercó preocupado al no ver reacción de mi parte, yo seguía sentada sobre el borde de mi cama sin emitir palabra.

—Me pone nerviosa tener que ir con Licha.—Confesé, mirándolo a los ojos. Hace rato que nos chamuyabamos pero nunca pasó a más. Él soltó una carcajada y me palmeó la espalda.—¿A vos te parece gracioso?

La razón del porqué debo ir como copiloto de Lisandro es estúpida. Cristian, Dybala y Rodrigo se enteraron, sin querer, sobre mis sentimientos por él. Armaron un plan, donde hubiera cierta cantidad de autos y cierta cantidad de acompañantes.

Generalmente no traían a los niños (para despreocuparse un poco más) y tratábamos de ocupar solamente los cuatro asientos de cada vehículo, por seguridad víal. Nada de ello cambió pero al ser pares me tocó ir con Licha, porque todos ya habían llenado sus lugares en el transporte.

El caso acá es que me pone muy ansiosa la situación. No importa cuantas veces charlemos, yo no sabía que responder y terminaba contestandole cortante. Quiero cambiar y tengo esperanzas en el alcohol.

—Dale, movete.—Contestó entre risas, tironeandome del brazo para levantarme del colchón. Arrastré mis pasos y lo seguí.—¡Ya estamos!

Todos voltearon a vernos por el grito de Julián y festejaron, agarrando sus bolsos y dirigiéndose a los autos.

—Holap.—Lisandro se acercó a mí, provocando la atención de mis ojos y una espontánea sonrisa. Es tan bello.—Vamos, te ayudo.

No dije nada y asentí, entregandole unas de las dos mochilas que cargaba. Me quedé con la que tenía cambios de ropa, por si me tiraba al agua. Se escuchó el tintineo de las botellas cuando se la colgó en el hombro y sonrió, mirandome una vez más.

—Linda, ¿por qué llevas tanto?—Preguntó mientras nos moviamos en dirección a la calle.—No sabía que tomabas.

—Pero si soy peor que Nico escabiando.—Comenté, levantando una de mis cejas. Estoy confusa porque podría jurar que él me vió hasta mezclando bebidas.—No soy borracha pero...

—Y bueno, si sos peor que Nico...—Sugirió sonriente y sarcástico, interrumpiendome. Tenía razón. Pude sentir mi cara caliente, hace calor.

Guardamos las cosas en los asientos traseros y emprendimos camino. Esta vez somos los últimos y deberíamos seguir a quien esté primero. Lo cual me preocupa un poco porque Dybala es quien debía guiarnos.

Suspiré, acomodandome en el asiento. Ni bien apoyé mi culo sobre la funda de peluche que lo envolvía, mis mulos ya estaban sudando (a pesar del aire prendido) y por consecuencia, tenía que despegarlos de la superficie para evitar que se humedeciera.

LA SCALONETA | One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora