Enzo Fernández

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Hoy nos invitaron a un evento privado organizado por la AFA, en honor a los campeones del mundo. Pasaron, apróximadamente, unos cinco días desde que tuvieron su victoria en Qatar. Sin embargo, un logro inmenso parecía nunca tener suficientes festejos. Lo entendía a la perfección, es un sueño que nos costó cumplir y nadie quiere despertarse.

Miré mi silueta en el espejo del tocador, acomodandome el vestido y fijandome si mis perforaciones en los pezones no se notaban a través de la tela.
Cuando todo estuvo en orden, coloqué aritos en mis orejas, inclinandome un poco hacia adelante.

—Faaa...—Escuché una voz ronca atrás de mí. Enzo me rodeó con sus brazos la cintura y se pegó, dejando húmedos besos en mi espalda descubierta. Sonreí viendo su reflejo y apoyé mis manos en el mueble.—Sos un delirio, wacha.

—Vos no te quedás atrás eh.—Respondí y dí media vuelta para quedar cara a cara. Pasé mis brazos por detrás de su nuca, perdiendome en sus ojos achinados.—No sé si me gustaría que vayas así.

Lo celé jodiendo y él soltó una risa nasal por mi comentario.
Tiene una camisa color vino con los primeros botones desprendidos y las mangas arremangadas. Un pantalón negro de "vestir". Una cadenita dorada cubre la desnudez de su pecho, algunos anillos y un reloj a juego.

—Che, ¿tenés ganas de ir?—Preguntó, deslizando sus manos hasta mi orto. Lo apretó y consiguió un jadeo de mi parte.

Levanté mis cejas, enredando mis dedos en su pelo. Nuestras narices rozan por la cercanía. Su fuerte perfume me drogó. Miré sus labios y lo estudié, acariciando con las yemas de mis dedos la tez que sobresalía en la camisa. Desprendí los botones a una lentitud de tortuga, haciendo contacto visual con sus oscuros ojos, llenos de deseo.

Toqué los tatuajes de sus antebrazos y cuando estuve satisfecha, le respondí.

—Igual, es muy temprano todavía.—Susurré, encarandolo y jadeando por los escalofríos que recorrieron mi espina dorsal.

Enzo ahogó un gruñido en mi boca, mordiendome el labio inferior con violencia y adentrando su lengua a mi cavidad. Las palmas de sus manos bajaron a mis muslos, levantandome hasta quedar sentada en el tocador. El tacto de sus anillos en mi piel se sintieron ásperos, ajenos a su suave piel.

El ruido de cosas cayendo al piso sonó de fondo.

Abrió mis piernas y se colocó en medio. Me chapó hasta hincharme los labios. Tiré de su cabello, separandonos para llenar mis pulmones de aire. Él no me dejó descansar. Empezó besando mi mandíbula y terminó succionando la piel de mi cuello, sacandome largos suspiros.

—No me dejés chuponesss.—Dije, mi voz apenas audible.

—¿Eh? ¿Por qué no?—Consultó, clavando sus dientes en mi clavícula. Gemí.—Vas a tener un bonito collar.

Mientras se encargaba de marcarme, su mano dominante descendió a la separación de mis piernas. Tanteó mi intimidad y me frotó repentinamente sobre la tela. Eché mi cabeza hacia atrás, recostandome con mis antebrazos en el mueble y abriendome más.

Sentí mi vagina palpitar. Enzo subió mi vestido, dejandolo arrugado en mi cintura. Hizo a un lado mi tanga, aprovechó el contacto directo con mi clítoris y aceleró el ritmo. Hundí mis tobillos en su espalda baja sin poder reprimir los gemidos. Su mano libre se ciñó en mi cuello, ahorcandome.

—No-pares.—Modulé. Mis ojos se blanquearon, el orgasmo llegando como una ola de calor expandiendose por todo mi cuerpo. Los dedos de mis pies enrrollandose, tratando de contener los espasmos y de regular mi respiración agitada.

—Bueno. Mi turno.—Dijo sin ningún pelo en la lengua.

Alejó sus manos de mí para alzarme y tirarme brutalmente sobre la cama. Reboté en el colchón, mirandolo.

LA SCALONETA | One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora