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TRAS HABER ESTADO MESES y meses lejos de su familia, Emma Lewandowska por fin pudo volver a su hogar. Y sin las manos vacías, ya que con orgullo y honor, representando a su país natal (Polonia) se ganó la medalla olímpica de oro.
Ahora bien, con dieciséis años debía viajar desde Japón hasta España, un viaje complicado ya que eran muchas horas y debía de hacer una extraña escala en Francia. Esto fue porque de su grupo de compañeras de patín la única que debía ir a España y no a Polonia, era ella.
Era un viaje largo y cansador, sobre todo porque su celular estallaba de mensajes de sus padres preguntándole a todo momento que era lo que estaba haciendo, dónde estaba y si estaba bien. Vale, entendía su preocupación porque se conocía y sabía que era muy torpe y despistada; pero sus padres ya la sofocaban. Sobretodo ahora que su padre, Robert Lewandowski, ya había llegado de Qatar y tenía todo el tiempo del mundo para estar pendiente de su hija (más de lo habitual).
Su vuelo desde Tokio a Francia fue increíble, comió bien, no hubo turbulencias y tampoco se peleó con ningún pasajero ni turista.
Su problema comenzó cuando llegó el momento de tomar su segundo vuelo. El aeropuerto de Francia estaba estallado de gente, para su suerte no estaban ahí por ella (aunque de igual forma muchos paparazzis quisieron hacerle preguntas y muchos fans se acercaron para tomarse fotos) y es un saber general que donde hay mucha gente, las cosas no terminan bien.
Y ese dicho tenía razón, porque en un intento de llegar rápido al sector donde se encontraba su entrenadora y compañeras para despedirse, Emma terminó chocando y minutos más tarde discutiendo con un chico que le verdad no había visto en su vida.
