III

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Clark habla con Alfred y confronta a Bruce sobre lo que ha aprendido.

Clark habla con Alfred y confronta a Bruce sobre lo que ha aprendido

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Bruce tenía frío. Por supuesto, ahora siempre tenía frío; ahora, cuando no corría sangre por sus venas para calentarlo.

Tenía frío y sed, y ya llevaba semanas así.

La tenue luz de la luna lo tocaba como dagas de hielo, acariciándolo mientras saltaba por los tejados de Gotham, la capa ondeando a su alrededor como una sombra. Al igual que una hermana más fuerte y cruel, la luna no dejaba marcas en su piel, pero le causaba dolor cuando lo tocaba. La luz del sol lo dejaría sin daños físicos, pero retorciéndose de dolor.

Le dio la bienvenida al dolor esta noche. Era soportable.

A diferencia de su sed.

Desde los bordes de su oído, sobrenaturalmente agudo ahora, captó el filo de un cuchillo igual que un jadeo, el débil chasquido de una navaja abriéndose.

Más rápido de lo que cualquier humano debería ser, Batman se dirigió a Robinson Park.

El violador en potencia se desplomó sobre la hierba en un instante. Éste se levantó de nuevo, el pánico impulsando sus movimientos, acercándose a Batman. Los afilados reflejos de Bruce hicieron que el hombre pareciera estar moviéndose entre la miel; el Caballero Oscuro se hizo a un lado y aplicó hábilmente, con delicadeza, una presión que dejó al matón inconsciente en el suelo.

La mujer lo observaba fijamente. Batman se giró para mirarla y ella quedó inmóvil, con los ojos abiertos de par en par con el terror de un ratón que ve al halcón encorvado, y se congela, sin pestañear.

—Vete a casa —gruñó él, y ella se dio la vuelta y echó a correr.

El hombre seguía tumbado en la hierba, boca arriba, con la cabeza echada hacia atrás. Garganta expuesta. Bruce se encontró inclinado sobre él, tocando su cuello. Comprobando el pulso, se dijo a sí mismo, pero la mentira era fría y amarga en sus propios oídos.

Bajo las yemas de sus dedos, la vida del hombre latía, profunda y verdadera. Tan cálida, tan dulce. El hombre era un criminal, uno de los condenados de Gotham. Apenas merecía el exuberante tesoro que llevaba en sus propias venas. ¿Alguien lo extrañaría si Bruce simplemente se inclinaba y...?

La sed se apoderó de él, una neblina roja atravesaba su visión. Sería tan fácil, finalmente, apagar el dolor. ¿Por qué se negaba a sí mismo, a su verdadera naturaleza, a su destino? Sólo esta vez, sólo una probada...

Bruce apartó la mano como si la piel del hombre se quemara en lugar de calentarse.

—No —se oyó murmurar. La sed nunca sería saciada, ni con un humano, ni con mil. No debe empezar nunca.

Se dio la vuelta, casi riendo. Los condenados de Gotham. Ahora sí que sabía algo de lo que eso significaba.

Oh, Dios mío, cuán sediento se sentía.

DOS CUERPOS, UN ALMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora