Capítulo 6

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Dean

Alexandre Dufort era un hombre críptico. Aunque sus acciones mostrasen un camino, sus intenciones se sumían en caótica ambivalencia. Su palabra podía ser símbolo inequívoco de certeza cuando se trataba de su mundo, en el mío, su palabra no bastaba. Mantendría mi guardia intacta y enviaría a un hombre a investigar sus pasos. Un hombre ingenuo y poco sigiloso. Alexandre debía descubrir que lo estaba observando, sentirse presionado. Era todo o nada con él y yo no iba a jugármela.

Dejé el pensamiento incesante de lado y me centré en conducir. Encendí la radio, buscando cualquier emisora que me mantuviera alejado de mis ideas. Antes de lograrlo una llamada entrante se reflejó en la pantalla. Apareció el nombre de mi mano derecha. Respondí al instante.

—¿Qué pasa ahora? —dije, serenando mis emociones.

Hubo un momento de silencio en el que la respiración nerviosa de Damián me impacientó. No era una buena señal.

—Ven al almacén. Ha vuelto a pasar —finalmente habló.

—¿No puedes encárgate tú?

—Es mejor que lo veas en persona.

Maldije internamente. Si Damián lo decía así se trataba de algo serio.

—Enseguida llego.

Y colgué.

Giré el volante con brusquedad, adaptando mi ruta original. Por la primera salida me dirigí a casi 120 km por hora al puerto de la ciudad que solía servirnos como almacén. Cuando un envío llegaba por mar, era allí donde se mantenía resguardado hasta que se decidía comerciar con el producto. Drogas, armas, personas... Cualquier cosa de valor para la organización se encontraba allí. El infiltrado lo sabía. Así jugaba con nosotros. Conocía los puntos sensibles de la organización y los estaba jodiendo todos.

Sería la última vez.

Al bajar del coche, el sol ardiente y la humedad fue lo primero que sintió mi cuerpo. Doblé las mangas de la camisa y esperé cerca del coche con un cigarro encendido entre mis dedos. Damián apareció después.

—No deberías fumar cuando ha habido un incendio aquí —fue la advertencia que pronunció de forma sarcástica.

La ignoré.

Me adelanté a él y caminé en dirección al contenedor, deseaba ver con mis propios ojos el desastre que una sola persona estaba causando en mi territorio. Damián me siguió por detrás.

—¿Cuánto hemos perdido?

—Nada que no se pueda recuperar. —Agitó la cabeza, restándole importancia— Ha quemado la mercancía que venía de Brasil. La de Colombia está intacta. Como predijimos es una de las nuevas incorporaciones.

El plan era dividir la información, haciendo que la rata infiltrada se delatara por sí misma. Los hombres de más confianza eran los encargados de la droga colombiana mientras que los nuevos miembros se encargaban de la droga brasileña. Ahora podíamos empezar a trabajar con la nueva información.

Asentí y empecé a dar vueltas a un nuevo plan con el que poder acercarnos aún más al espía.

—¿Han podido ser los del norte? Llevan años intentando hundirnos.

Moví la cabeza de un lado a otro, negando.

—Los del norte no actúan así. No tienen la premeditación que se necesita. Sea quien sea lo averiguaremos.

Analicé con detalle la imagen frente a mí. Fue peor de lo que imaginé. El aire estaba cargado de un reconocible olor, queroseno y fuego consumiendo cada partícula de oxígeno. El humo era abundante y oscuro, apenas permitiéndome ver más allá de la entrada. Los pocos paquetes que habían conseguido salvar se apilaban en una pequeña montaña en el lado izquierdo. Algunos conservaban la marca de la organización intacta, una serpiente enrollada en una espada, simbolizando la guerra en la que nuestra familia había triunfado sobre el poder durante generaciones. Era la manera habitual en la que los Acosta distribuían su mercancía.

Ciudad en llamas [perdizione #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora