Capítulo 10

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Dean

No me gustaba matar los días de lluvia.

El cielo había permanecido despejado hasta la caída del sol, y entonces las nubes de tormenta se habían acumulado lo que daría paso a la lluvia. Odiaba la sensación húmeda y la presión que se producían tras su paso. Las percibía en la nariz, la garganta y la cabeza, especialmente en la cabeza.

Giuseppe se había puesto en contacto anunciando que esa misma tarde me reuniría con el jefe de la Camorra con la excusa de firmar un nuevo pacto con el que se beneficiarían ambas partes. Era lo que Emiliano Santini creería hasta su muerte.

—Es hora de hacer una visita a la familia Giacomelli —avisé. Tanto mi tío como su mayor hombre de confianza estuvieron de acuerdo con mi afirmación.

—Fabricio irá en mi nombre —había dicho. El susodicho asintió, dispuesto a cumplir el cometido de su dueño.

Era en quien más seguridad depositaba, incluso más que en mí. Un hombre silencioso y letal que prefería usar los puños antes que las palabras. Encontró su destino el día que su padre falleció, antiguo matón de la mafia. Mi tío lo encontró vagando por las calles y lo adoptó. Fabricio le juró lealtad desde entonces, demostrando que sus habilidades eran más útiles de lo que muchos predijeron. No en vano era el guardián y mano derecha de uno de los hombres más influyentes y temidos de Europa. El trabajo que Damián realizaba para mí, Fabricio lo hacía para mi tío. Si la sangre de un enemigo debía ser derramada, Fabricio se encargaba de ello.

Desgraciadamente, la muerte de Emiliano no clamaba sangre. Debía hacerse de manera meticulosa, aparentar una muerte natural. Si su hijo Domenico iba a ostentar el cargo no podíamos dejar rastro de un asesinato planeado. Era la opción menos problemática. La ley familiar de los Giacomelli sostenía que el primer hijo varón heredaría el cargo directamente siempre que las causas de la muerte de su antecesor fuesen naturales, sino debía enfrentarse a una investigación en la que si se hallaba culpable el cargo se concentraría en manos de quien la familia dispusiera. Domenico era nuestra mejor opción, calculador y racional, a diferencia de sus hermanos menores. Alonzo era demasiado impredecible y Rebecca era una mujer nula en cualquier aspecto. La muerte de Emiliano Santini debía parecer natural, Fabricio solo era el comodín que actuaría si el plan se torcía.

Con el objetivo claro, Fabricio se fue, dejándome a solas con mi tío. Le cuestioné el contenido del documento. Él le restó importancia diciendo que se trataba de un error que su mujer estaba muerta porque la había visto morir, sin embargo sus palabras no me convencieron. Lo investigaría en secreto. La muerte de mi tía siempre fue un misterio que me inquietó. Arnaldo decía que un día desapareció y la encontraron sin vida. Nunca le importó su muerte o las causas de dicha muerte. No volvió a hablar de ella y de repente lo estaba investigando. Su comportamiento era sospechoso.

De camino al coche, la chica apareció frente a mí con el aura austera que la caracterizaba y la compostura de una guerrera.

—¿Intentando huir? —me burlé con sarcasmo.

—Voy a la cocina, ¿o es que tampoco se me permite beber agua? —ella respondió. Tan cortante como acostumbraba a ser.

—Si sigues con ese comportamiento será lo único que te permitiré hacer.

Di la discusión por terminada cuando supuse que no obtendría una respuesta por su parte.

—Oye —me llamó. Me detuve intrigado, tal vez sí tenía algo más que decir—. ¿Podrías comprarme otro libro? He acabado de leer el que trajiste. Pero esta vez uno de literatura actual, algo con un final feliz.

El comentario dibujó una sonrisa ladina en mi rostro. Era inesperada, descarada y sin filtro. Con esa combinación solo podía pensar en doblegarla a mi antojo.

Ciudad en llamas [perdizione #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora