No hay otra salida

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Al despertar ella se encontraba de nuevo allí en aquel cuarto del hospital de San Fernando, se alteró al darse cuenta de que se encontraba allí. Santos estaba en un rincón de la habitación por lo que pudo acercarse a ella y calmarla prometiendo que estaba todo bien, el doctor Ligarde estaba también presente junto a su colega, en cambio, no ayudó en nada a que Santos intentara tranquilizarla porque Bárbara actuó a la defensiva. No quería que él se le acercara, no quería que nadie se le acercara. El doctor Ligarde le pidió a su colega que buscara una enfermera, fue entonces quedaron los doctores, Santos y una enfermera.

La mujer solo gritaba suplicando que la dejaran en paz, quería volver a salir, huir de todo aquello.

La detuvieron tomándola de los brazos con fuerzas, lo cual Bárbara intentó zafarse sin éxito.

Santos intentaba nuevamente calmarla, pero, no podía y se angustiaba por ello.

Le inyectaron un calmante al no ver otra alternativa, luego poco a poco Bárbara comenzó a sentirse sin fuerzas sientiendo cansancio para después ver borroso y por último dormirse. El abogado movía la cabeza de lado a lado, veía como su rostro estaba rojo por el esfuerzo, su respiración llegó a la calma y su frente está mojado al igual que su rostro.

El doctor Ligarde le dijo a Luzardo que lo vería luego en su despacho.

Santos asintió, una vez lo dejaron a solas con ella, se acercó hasta la cama y se sentó a su lado.

-¿Hasta cuándo... hasta cuando tengo que verte sufrir de esta manera? ¿Cuándo terminará? No puedo seguir viéndote así, tienes que recuperarte, ¿me entiendes? Tienes que volver mi Bárbara te lo suplico. - le dijo en voz baja y aprovechando que dormía bajo los efectos del calmante le tomó su mano para besar el dorso de este. -Dios por favor, curala, curala... Devuélvemela. - pidió entre sollozos.

Marisela estaba en la silla de secretaria tratando de concentrarse en su trabajo en cambio se le estaba siendo imposible por lo sucedido en el día anterior con su mamá, el que haya llegado en ese estado luego, enterarse que fue por Cecilia que se había puesto así. Casi no podía creer que su tía fuera llegar a tanto.

-No te reconozco tía... Espero poder perdonarte por esto. - susurró.

-Perdoname Marisela, por favor. - Cecilia se encontraba frente a ella.

Marisela la miró seriamente. ¿Cómo hacerlo?
Si ver a su madre de esa forma y escuchar pedir que se fuera su tía Cecilia, le dolió.

-¿Tú crees que te pueda perdonar tía? Mi madre llegó a la casa del gobierno totalmente asustada, alterada, tuve que contenerla entre mis brazos como a los niños . ¿Sabes la gravedad del asunto?

-Sí... Si sé la gravedad del asunto y me arrepiento de lo que hice. Arriesgué la salud mental de Bárbara....

-De mí madre. - le recordó la muchacha. -De mí madre Bárbara.

Cecilia bajó la cabeza en su garganta se formó un nudo y las lágrimas no tardaron en asomarse por los ojos.

-Ahora es tu madre.

-Siempre fue mi madre, Cecilia y lo sabes.

-Está bien... Yo solo soy tu tía Cecilia.

Escucharla casi quebrándose en llanto la hacia sentir que también podría llorar, pero, como toda una Guaimarán que es, se mantuvo firme en su posición fría la cual decidió ser hacia ella. Como toda Barquero se puso en el papel del orgullo e ignoró el llanto de Cecilia.
No la miró cuando se fue, simplemente suspiró profundamente para mantener la calma.

«Las Guaimarán no perdonamos» recordó lo que alguna vez le dijo a su padre.

-Mi mamá primero, ya muchas veces te puse en primer lugar Cecilia. - se murmuró a sí misma.

Por SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora