Parte 8: El dolor

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Olga salió de la casa de los Shortman con el alma en el piso.

Llegó y le dijo al abuelo de Arnold que venía con un mensaje de Helga, cuando la madre escuchó esto la envió directamente a su cuarto y le informó que estaba en el tejado. Golpeó la puerta con toda la intención de aclarar las cosas y ayudar al chico tonto a reconciliarse con su hermanita. Porque sabía que ella lo amaba y él era un hombre afortunado al tenerla a su lado.

Pero al asomarse al tejado, vio una escena que destruyó toda esperanza. Una chica bajita y morena se apoyaba sobre él y le daba un beso en los labios. Reprimió una exclamación, tomó su teléfono y les sacó una foto. ¿Cómo se atrevía esa pequeña sabandija a hacerle eso a su hermana? Tenía que decirle a Helga, sabía que no le creería, pero tenía las pruebas y ella estaría con ella para apoyarla en ese difícil momento. Aunque se le estrujó el corazón al pensar en lo doloroso que sería para la chica ver aquello.

Apretó el teléfono y subió a su auto, evaluando durante todo el camino, qué sería lo más sabio. 

Treinta minutos después, Helga no podía despegar los ojos de la pantalla e intentó con todas sus fuerzas no temblar frente a su hermana. Aunque no pudo controlar las lágrimas que llenaron sus ojos.

-Querida... ¿Hice bien en mostrarte esto?

Tragó saliva con dificultad e intentó respirar profundo a pesar del fuego que sentía en los pulmones.

-Sí. Está bien. - logró balbucear

-Helga...

-Déjame sola. - dijo con voz ronca y temblorosa.

-Hermanita...

-Por favor.

Olga suspiró y obedeció.

Cuando la puerta se cerró, Helga corrió a ponerle seguro y se encerró en el clóset a llorar, puso una almohada en su boca para ahogar los gritos de dolor que salían de su garganta.

Le había ganado, la desgraciada había ganado la partida. Ahora tenía el corazón de Arnold en sus manos y ella pasaría el resto de sus días sola. Sacó su medallón y las lágrimas corrieron por la imagen. Le había costado tanto tenerlo, años de tortura, de secretos y dolor... y ahora lo había perdido para siempre.

Durante toda la tarde tuvo una pequeña esperanza de que todo se arreglaría al día siguiente, tal vez él la llamaría o iría a verla, tal vez ella juntaría el valor suficiente para ir a verlo. Pero esa foto era un golpe de realidad, ¿cuánto había demorado Yelitza en conquistarlo? ¿Cuántas veces se habría negado Arnold antes de entregarse a sus encantos? ¿En cuánto tiempo la olvidaría?

¿Podía culparlo? Siempre fueron diferentes, agua y aceite, y ahora, una chica igual de aventurera que él estaba a su lado, claro que era mejor opción. Probablemente se iría a la selva a vivir aventuras y transformarse en "Indiana Jones" mientras ella se perdía en un trabajo mediocre en la empresa Pataki. Volvió a gritar de dolor y deseó morir en la oscuridad de su clóset. Le pareció irónico que el lugar dónde antes estaba su altar, ahora era el lugar del fin de su amor.

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Arnold despertó agitado y sudoroso.

Había sido presa de una pesadilla que ya no recordaba pero que había dejado emociones latentes en su cuerpo. Tristeza, soledad y frío. Tranquilizó su respiración, se levantó para ir a la ducha y quitarse el escalofrío que recorría su espalda sudorosa.

Bajo el agua, repasó todo lo que haría ese día. Primero pasaría a la dulcería a recoger una bolsa de almendras confitadas, las favoritas de Helga, y luego a la florería para comprar un ramo enorme de rosas. Después iría a su casa y la esperaría todo lo que fuera necesario para rogar su perdón. Tenía que recuperarla sin importar el costo.

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