Parte 10: El tesoro

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Dos semanas pasaron. Helga ya había dejado de llorar y ahora no mostraba expresión alguna. Fue como si todos sus sentimientos se hubiesen apagado y ahora solo se dedicaba a vagar por su vida.

Había postulado a distintos trabajos y asistido a varias entrevistas. Agotaría todas sus alternativas antes de ir con su padre. Al menos aún tenía cómo pagar su parte del alquiler y no estaba en verdaderos problemas económicos. Era solo la necesidad de ocupar su mente y su tiempo en algo que no fuera su propia soledad. Phoebe y Gerald estaban ocupados con su futura mudanza y ella no quería arruinar su felicidad con su miseria incontenible. Olga, quién al principio se la pasaba con ella, ahora iba cada tres días a ver cómo estaba. 

Suspiró y entró a la casa, al fin había terminado con las entrevistas de esa semana y ya podía descansar un poco. Sentía que el cuerpo se le quedaba sin energías y añoraba su cama, así que en cuanto entró, se fue directo a su habitación para caer rendida en el colchón. Ni siquiera se quitó el traje de dos piezas que llevaba, se deshizo la coleta y apoyó la cabeza en la almohada.

¿Qué estaría haciendo Arnold en ese minuto?

Suspiró y cerró los ojos, quedándose profundamente dormida. Despertó con la melodía de su celular y el nombre Srta. Travis apareció en la pantalla. Despabiló rápidamente y contestó.

-¿Bueno?

-Hola, Helga. Escucha no tengo mucho tiempo. ¿Ya conseguiste empleo?

-No todavía. 

-Genial. ¿Puedes venir a la oficina el lunes a primera hora? Creo que por fin ha llegado nuestro momento. 

El corazón de Helga se llenó de ilusión y pudo sonreír por primera vez en semanas. 

-Por supuesto, allí estaré. 

-Excelente. Nos vemos, linda. 

-Adiós. - Colgó con la sensación de estar saliendo de un largo túnel y sintió un golpeteo suave en su puerta.

-¿Helga? ¿Estás despierta?

-Sí, Rhonda. - dijo levantándose.

-Phoebe está aquí.

Saltó de la cama y abrió la puerta. Su mejor amiga estaba frente a ella y estaba dichosa de verla y poder contarle lo que acababa de pasar, pero la expresión en su rostro difuminó toda su alegría.

-Hola, Pheebs. ¿Estás bien?

-Yo sí... Pero tenemos que hablar.

-Claro. Pasa... - dijo dando media vuelta hacia su cama, sin notar la mirada cómplice que las dos morenas compartieron.

-¿Qué pasó?

Phoebe cerró la puerta detrás de ella y se acercó vacilante.

-No sé si decírtelo, sobre todo por lo que ha pasado entre ustedes, pero... - suspiró.

-¿Pheebs?

-Es Arnold - su corazón comenzó a latir sin control y un sudor frío recorrió su espina...

-¿Arnold?

-Gerald fue a verlo y... está muy enfermo.

-¿Qué quiere decir "muy enfermo"?

-Al parecer es una fiebre que agarró en las ruinas.

-Pero ha pasado más de un mes desde que regresó.

-Según el Sr. Shortman, demora en aparecer porque va debilitando el sistema inmunológico desde adentro. Pero cuando por fin aparece... es mortal.

Pudo sentir como su alma cayó a sus pies... ¿Mortal? No, no podía ser. Arnold no podía morir... Toda la alegría de hace unos minutos, desapareció. 

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