𝓟𝓪𝓻𝓽𝓮 𝓬𝓾𝓪𝓽𝓻𝓸﹕

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—Sean bienvenidos, de nuevo, pequeños Duques de sus castillos. —expresaron cuatro criadas del palacio, con una breve inclinación de sus cuerpos, señalando el lado izquierdo dos puertas de tres metros, las cuales mostraron la primera habitación. —Está será la habitación del Caballero Romsaithong, esperamos que todo esté a disposición, y que cualquier cambio, solo toque una pequeña campanilla, incorporada al flanco de las puertas dentro de la habitación. Así, deberá respetar el horario que nuestro Príncipe Menor, Build Jakapan Puttha, le ha asignado en la mesita de la habitación. —y las puertas se apartaron, orientando a Mile, que penetrará, le dio un último vistazo a Apo, qué le sonríe y asiente, alzando una mano en son de despedida. Las criadas se fijan en el hijo del Duque Wattanagitiphat. —Y de este lado, se localiza su habitación, Caballero Wattanagitiphat. Deseando tan buena hospitalidad, como al Caballero Romsaithong, y que cualquier cambio que apetezca hacer, nos lo informe con tocar la campanilla.


Las puertas potencialmente fueron abiertas para él, indicando que pasará. Nattawin le da una visión periférica al nuevo ambiente, al que estaría habiendo por estaciones, o toda su vida, si nunca logra sacarse de encima al Príncipe Build. Recorre por la habitación, inspeccionando el amplio armario en que no hay nada, más que unos maderos horizontales, por el cual se colgarán los próximos atuendos. Vestuario, que el Príncipe Menor, les indicó que se les concedería después de tomar sus medidas. Examina el cuarto de baño, reparando la bañera de buena madera de roble, el espejo de cobre y las toallas en el armario, debajo de un improvisado lavado. Se pasea por la enorme cama, con baldaquinos que cubren y se encierran entre cortinas rojas, para conservar el calor o el frío. Un colchón grueso, y sábanas producidas con lino, rellenas de plumón de ganso, y un aroma a vainilla, que inunda el sitio. Lo único que no le gustaba era el color de las paredes, tan aleonadas, sofocando la luz de los candelabros en el techo y los que se hallan por los muebles de la esquina.


Lo maravilloso de la habitación, era la pequeña terraza y el balcón, en la que lograba distanciar las casas del poblado conurbano al palacio, como las millares de yardas de terreno. Tan lejos de su «hogar», y de sus territorios, que ni su padre podía quitarle por ser heredado. Se inclina en la baranda del balconcillo, descendiendo la cabeza para conocer el patio interior del palacio, topándose con una tropa de jóvenes guardias, reclutada, que entrenaban y cantaban, la inconfundible oda de lealtad a la corona. Haciendo alarde de sus bien formados y firmes cuerpos, su rostro brillando por el sudor, de aspecto circunspectos e inmutable.

⿻ Epoch. ᦗ MileApo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora