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Después de haber tenido esa conversación, decidimos comenzar con el plato principal, y eso hicimos estando en un silencio no muy silencioso, ya que como era de tarde todavía los pájaros cantaban y había gente alrededor como nosotros disfrutando del momento.

Yo no paraba de saborear con dedicación la deliciosa comida que el omega había cocinado, realmente tenía arte en ello.

— ¿No dices nada porque te gusta, verdad?

Me preguntó riendo y viendo como hacía muecas por el sabor tan especial que tenía la comida.

— Exacto, sin duda lo que se hace en casa tiene el toque distintivo.

Pude hablar tras tragar, colocando mis manos encima del mantel y regalándole una sonrisa mostrando los dientes mirándole.

Me fijé en el color del cielo, este ya se estaba tornando más anaranjado porque pronto sería el atardecer; momento del día importante.

Dejé escapar un suave suspiro cerrando los ojos, escuchando de fondo el sonido del agua del río Han haciéndome relajar. En eso noté que alguien se acercaba más a mí para poder sentarse en mi regazo, abriendo un párpado y observarle divertido.

— ¿Qué haces?

— Estoy siguiendo las órdenes de mi corazón.

Y sin previo aviso, estampó con delicadeza sus labios en los míos, iniciando un beso lento y sentimental que duró por lo menos casi dos minutos.

Con mis dos ojos puestos en él llevé mis manos a su cintura, dándola caricias cortas y seguidas.

Era el tiempo perfecto para la declaración oficial.

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