Cinco🍂

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Cuando Rubius ingresó a la casa, un delicioso olor a estofado de carne invadió su nariz, y sintió cómo su estómago rugía por el hambre.

Parpadeó, sorprendido, porque no recordaba cuándo fue la última vez que Quackity decidió cocinar estofado. Los últimos meses debido a la cantidad de trabajo que ambos tenían, solían comer afuera o pedir algo para llevar, dejando de lado las comidas caseras, los almuerzos en conjunto y las conversaciones tontas, pero bonitas que solían tener.

- ¡Bienvenido, Rubius! - le gritó Quackity desde la cocina y, de forma inevitable, se dirigió a ella como solía hacer antes solo que, en lugar de abrazarlo por la cintura para hacerlo reír, dándole después un par de besos en el cuello y labios, se limitó a quedarse de pie bajo el marco de la puerta, viendo su rostro colorado por el calor en el lugar, su expresión relajada y el mandil de patitos atado a su cintura. - te extrañé mucho, ¿Cómo te fue hoy?

No podía quitar sus ojos de Quackity.

No podía desviarlos, no podía dejar de ver esa mirada tan brillante, esa sonrisa de corazón hermosa que poseía, esos cachetes que quería tocar todo el tiempo.

Por un breve instante, quiso abrazar a Quackity, enterrar su rostro en el pecho de él y acurrucarse en sus brazos, como hacía mese atrás, cuando las cosas parecían ir bien, cuando vegetta era solo un asistente y no algo más

Vegetta777.

El pobre de Vegetta mirándolo con pena y molestia por la decisión de aceptar la propuesta de Quackity, hablándole solo lo necesario, sin querer tener una conversación privada con él.

- Bien - respondió con tono lejano, comenzando a quitarse el saco - cerré un nuevo trato... voy a dedicarme a diseñar un nuevo centro comercial.

- Felicitaciones - dijo Quackity girándose, dándole la espalda - te lo mereces, Rubius, trabajas duro.

"Y tu Quackity, te mereces a alguien mejor" pensó Rubius caminando hacia el cuarto para cambiarse la ropa.

De forma inevitable, recordó a Quackity dentro del auto de ese desconocido a quien llamó uno de sus pacientes, mirándolo con tanta adoración y ternura que su estómago se encogió por algún motivo que no podía comprender, y la desesperada necesidad de alejarlo de él, de impedirle que lo besara, llegó de forma  inevitable, obligándolo a actuar.

Sonaba como un maldito hijo de puta egoísta, lo sabía, pero no se trataba de eso. Quackity podía ilusionarse con facilidad, ¿Y si ese desconocido solo lo quería para un momento? ¿No le estaba evitando entonces más sufrimiento?

Era eso. Solo eso, lo juraba.

Quackity, en tanto, suspiraba mientras apagaba la cocina, el estofado ya listo, las papas salteadas preparadas. Ese día había salido más temprano porque su último paciente canceló la hora, así que aprovechó para llegar antes a casa y poner sus pocas habilidades culinarias en acción.

Recordaba que antes, cuando los dos tenían tiempo, podían estar todo el día  cocinando nuevas recetas, muchas veces terminando con una intoxicación porque no solían preocuparse demasiado en lo que hacían. Sin ir más lejos, mientras algo se cocía, freía o hervía, hacían el amor  sobre la mesa de la cocina, sin importarles si lo que cocinaban terminaba quemado.

No pudo evitar ruborizarse al pensar en esas ocasiones en las que no resistían para llegar a su habitación, haciendo el amor donde se encontrarán. Toda esa casa estaba marcada.

Así que, al salir, pensó que podía cocinar para la cena de esa noche. Después de todo, llevaban una  semana desde que Rubius aceptó, cediendo a sus treinta días, y si bien no habían peleado, tampoco es como si hubiera tenido grandes avances.

Las cosas estaban... estaban igual que siempre. Sí, Rubius lo iba a buscar luego del trabajo, conversaban de cómo les había ido en el día, cenaban juntos, y luego se iban a dormir.

Quackity quería intentar algo más arriesgado, tal vez hacer el amor con Rubius, hacerle ver que ellos seguían conectados, sin embargo, tenía miedo de que Rubius lo rechazara.

Y ese rechazo Quackity no se veía capaz de manejarlo.

Sirvió la comida, llevándola al comedor donde Rubius estaba llenando las copas con vino, y se quitó el mandil que se compró cuando recién se mudaron a esa casa.

- ¿Cómo te fue a ti en el trabajo? - preguntó Rubius con tranquilidad mientras se sentaba.

Quackity se encogió de hombros.

- Lo mismo de siempre, niños enfermos y padres asustados - sonrío suavemente - Titi estaba mucho mejor. Hoy Staxx y Willy lo acompañaron, me contaron que estaban pensando en adoptar para que Titi no esté tan solito.

- Es un trámite largo - respondió Rubius, indiferente a su tono.

La sonrisa de Quackity se volvió algo triste y apenada.

- Sí...

Rubius dejó salir el aire de sus pulmones, notando una punzada de dolor en su corazón al ver la expresión  lejana y afectada de Quackity, para luego morder su labio inferior.

- Tengo dos entradas para el cine mañana - le dijo entonces, notando como sus ojos se iluminaban - ¿quieres ir? Luego podemos cenar afuera, Patito.
Quackity asintió, contento de ver que Rubius estaba invitándolo a salir cuera. Había pensado en hacerlo él, sin embargo, no se le había ocurrido dónde ir.

Eso de planificar citas normalmente no le salía nunca bien.

- ¿Qué pelicula es? - preguntó entusiasmado.

Rubius sonrió de lado.

- Es una de terror - dijo con cierto tono burlón en su voz.

Su esposo lo miró con incredulidad.

- ¡Rubiuss, sabes que esas no me gustan! - reclamó como un niño pequeño.

- Vamos, Patito, tienes veintidos años - se quejó Rubius - Además, no tienes por qué tener miedo. Rubius estará allí  para protegerte.

Su boca no pudo liberar sonido alguno cuando Rubius dijo esa última frase como si nada, aunque había toda una historia detrás: a los dieciséis años, cuando ambos fueron al parque de diversiones, Quackity comenzó a sollozar al momento de subirse a una montaña rusa. Rubius le tomó la mano  como si nada, llamando su atención, diciéndole aquella frase para que no tuviera miedo, y el juego comenzó.

Por supuesto, Quackity salió llorando de ese juego, también prometiendo que nunca más iba a subirse allí, pero esa frase quedó grabada en la mente de ambos como una promesa secreta entre los dos.

- Si tengo pesadillas será tu culpa - dijo Quackity voz débil.

Rubius asintió.

- Es una forma que durmamos juntos entonces, patito - replicó Rubius

Quackity sentía feliz de ver a Rubius intentarlo, aunque Rubius estuviera todavía confundido e indeciso. Aunque le hubiera hecho daño y le hubiera roto el corazón.

Porque prefería verlo intentando a verlo rendido.

Si Rubius se rendía, entonces Quackity podía darse por perdido.

Si Rubius se rendía, entonces Quackity podía darse por perdido

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Nos vemos el lunes
Chauu

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