III

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— Me pararé de este asiento antes de que me digas una vez más mi pronóstico de vida.

— ¿Te incomoda?

— ¿Lo repetitivo? ¡Por supuesto!

— Es algo de...

— Suma urgencia, pero la decisión es mía, y que me lo repitas cada cita, y agentes horas extras para seguir repitiéndomelo, no me hará cambiar de opinión. Ha sido un gusto, como siempre.

Muy bien, Adele...
¿Qué haremos hoy?

Abrí mi celular y revisando mi agenda, di con el nombre de un bar muy conocido aquí en Tottenham, pero que yo jamás había visitado. Era la edad, quizá. Estaba retirado, así que caminé hacia mi auto y con la dirección en el gps manejé por las calles de mi ciudad.  La novedad de este bar, era que como muchos aquí, daban el espacio a que artistas compartieran sus obras en público, este en particular atribuía a la poesía, la narración. Lo había visto cientos de veces en mi recorrido devuelta a casa después del trabajo, pero nunca me atreví a entrar.

Encontraba una gran cuota de crueldad en la poesía,
por eso la rehuía.

Y ahora me encontraba estacionada frente al lugar, veía desde afuera la luz roja anaranjada que teñía el lugar con un aura fría pero cálida, cabezas de pie y otras sentadas, retumbaba el bass de una canción, pero por la lejanía no podía identificar cuál era.

Cuando recibí mi diagnóstico me comprometí (aunque a veces tiraba a la mierda el compromiso porque no creía valer la pena) conmigo misma a trabajar en cada uno de mis miedos y temores, me estaba muriendo, tenía que vivir lo que me quedaba de vida, y ojalá al máximo, para ello tenía que despojarme de ataduras. El análisis de mis años me ayudó bastante, había hecho poco para las décadas que tenía, debía de revertirlo. Y comencé con el trabajo. Hice esta famosa lista que viene cargada de retos y adrenalina. Todos los días era algo distinto, había creado un propio juego para quebrantar límites. Hoy en día el único que conocía, era la muerte, y me pisaba los talones, así que correría cada vez que me de ventaja.

Estos espacios eran un reto, pero era algo que siempre había querido visitar, era curiosa. Quizá quería ver lo que sucedía adentro, más no escuchar. Hoy me tocaría hacer ambas.

Caminé guardando mi celular en mi cartera y acomodé el abrigo rojo que me cubría, el cambio de temperatura me hizo abrir los ojos y mis poros se dilataron acostumbrándose a lo tibio de esas paredes. El bass era de Gimmie Light, canción de Thomas Doherty, la coincidencia para haberlo escuchado dos veces esta semana era curiosa. Las mesas estaban ocupadas, la gente se reía, bebía y fumaba. Muchachos con aros en las orejas, expansiones, pelos de colores, flequillos, ropa de diferentes estilos, diferentes olores. Era increíble como en una habitación podías encontrar un mundo dentro de la diversidad.

Avancé pidiendo permiso hasta llegar a la barra, me incliné hacia el hombre calvo de barba blanca que atendía y pregunté:

— Me podrías indicar el baño, por favor.

Tuve que alzar la voz para que pudiera escucharme, me sonrió e indicó hacia su izquierda, caminé hasta ahí para lavarme las manos que me sudaban de los nervios, me acomodé el cabello, los aros llamativos que traía, el corte de la blusa que mostraba parte de mi pecho y sostén que tenía un encaje en bralette, me aseguré de tener la boca bien pintada y desvié la mirada al percibir por el rabillo la presencia de alguien que acababa de entrar.

— ¿Me estás siguiendo?

La miré de inmediato y sonreí riendo, era increíble.

— Tal parece.

The orchestra of painDonde viven las historias. Descúbrelo ahora