Una esposa falsa.
El conde no puso fin a la jornada de viaje hasta que el sol casi se había puesto. Sólo
una mancha rosa coloreaba el horizonte cuando alzó la mano para que el grupo se
detuviera. Parecía que sus hombres sabían exactamente qué significaba su gesto,
porque desmontaron y empezaron a organizar el campamento.
El lugar que había escogido estaba resguardado por árboles. Las ramas tenían pocas
hojas, pero un grupo de grandes peñascos conseguían que el lugar fuera perfecto para
pasar desapercibido.
Una roca estaba manchada con oscuro hollín negro y dos de los guerreros se
dispusieron a preparar allí un pequeño fuego, mientras otros dos reunían a los caballos.
Liberaron a las monturas de los bocados, pero se aseguraron de que todas las bridas
estuvieran bien sujetas. Después ataron a los caballos entre sí, dejando un par de
metros de distancia entre ellos para evitar que vagaran solos durante la noche. Un
guerrero trepó a las formaciones rocosas, apoyó la espalda sobre varias ramas, y dejó
que la espada desenvainada descansara sobre uno de los muslos.
El resto de los hombres hablaban en voz baja, pero Isabella pudo escuchar la alegría en
su tono, al igual que el marcado acento escocés.
La soledad la atenazó como si se tratara de un torno de acero que se cerraba más y
más con cada detalle extranjero que percibía.
Con un suspiro, se dio la vuelta y se dirigió al río. Oía el murmullo del agua fluyendo
deprisa, pero el arroyo no estaba a la vista. Tuvo que ascender una pendiente para,
finalmente, poder ver el agua más abajo. Poniendo atención en no caerse, consiguió
finalmente bajar la cuesta. El odre no había estado lleno de vino dulce sino de agua.
Aun así, la agradeció, porque los labios se le secaban con el aire invernal. Apoyó un pie
en una roca y tuvo la precaución de subirse las faldas sobre los muslos antes de
inclinarse para volver a llenar el odre.
La brisa nocturna le acarició la piel desnuda por encima del extremo de las medias de
punto, haciendo que se le erizara. Una vez llenó el odre, se irguió colocando ambos
pies con firmeza sobre la orilla y le dio un giro al tapón antes de darse la vuelta y alzar la
mirada.
Al encontrarse frente a frente con el conde soltó un grito ahogado. Apenas los separaba
medio metro de distancia y su cuerpo le pareció aún más grande que por la mañana.
Isabella dio un salto hacia atrás intentando alejarse de él sin pensar en lo cerca que
estaba del río, de forma que sus talones se hundieron en el suelo húmedo y el odre se
cayó al barro.
Actuando con rapidez, el escocés la cogió por la muñeca para alejarla del río. La joven

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LA IMPOSTORA
FanfictionEdward Cullen es conde, pero sólo de nombre. Para asegurar el futuro de su clan necesita una esposa inglesa. Jessica Stanley, hija del conde de Swan, será perfecta. No la ha visto en su vida, pero, ¿qué importancia tiene? Al final calentará su cama...