CAPITULO 6

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Volterra


Sin duda, los santos la habían abandonado. Edward regresó al caer la noche. Después

de ayudarla a ponerse la capa, Kachiri arrastró a Isabella por las escaleras hasta unas

puertas dobles para que viera cómo llegaba al patio una carreta tirada por un grupo de

bueyes. Los guerreros Cullen flanqueaban el maltrecho vehículo con sus tartanes

orgullosamente extendidos sobre el hombro derecho. Había una atmósfera de alegre

camaradería entre ellos y todos tiraron del extremo de su sombrero en cuanto la vieron.

Kachiri señaló el carro.

-Mirad. El señor ha traído a Carmen. Esa mujer ha traído más niños al mundo de los que

nadie puede recordar. Es más hábil con una mano de lo que yo podría serlo con dos.-

Ahora todo irá bien.

La comadrona de Edward imponía respeto con su sola presencia.

Dos fornidos escoceses la ayudaron a bajar de la carreta, pero la anciana se acercó a

Isabella con paso firme. Subió las escaleras sin vacilar y se detuvo un momento para

estudiarla.

-Buenas noches, milady.

No había ninguna posibilidad de que Isabella pudiera poner en duda la experiencia de la

mujer que tenía ante ella. Carmen irradiaba seguridad y dominio de su arte. Sus ojos

parecían querer atravesarla y llegar hasta su misma alma. La joven se movió nerviosa,

temerosa de que la anciana pudiera ver más allá de toda aquella fachada que había

construido.

Sabía que aquello era imposible, por supuesto, pero el miedo se apoderó de ella sin que

pudiera evitarlo.

Edward subió también las escaleras, captando su atención.

Mostraba una actitud llena de autoridad y no había rastro de debilidad en su rostro. Se

acercó a ella, le tomó la mano y la acercó hacia sí para que nadie pudiera escuchar sus

palabras.

-He hecho lo que deseabas, esposa. Pero quiero que quede claro que no soy yo quien

exige este examen y que no me importa si se cumple o no esta costumbre. Honraré

igualmente nuestra unión por poderes.

Eso era muy generoso, mucho más de lo que la mayoría de mujeres, incluso las nacidas

en alta cuna, podrían esperar.

Edward la miró fijamente a la espera de su reacción. Parte de ella deseaba abrazarlo y

fundirse con él. Rara vez la habían tratado con tanta amabilidad. Y desde luego, era

algo que nunca hubiera esperado de un hombre.

Le recordó el modo en que su padre se comportaba con su madre, y ser consciente de

ello provocó que sus ojos se llenaran de lágrimas. La soledad hizo que le doliera el

corazón y la culpa le retorció las entrañas. Edward era un hombre capaz de

dar amor y ella no deseaba ser la causa de que quedara encadenado para siempre a su

LA IMPOSTORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora