Me quedé sin palabras por primera vez en mi vida. Delante de mí se agazapaba un Alexander Deeles sucio, herido y... salvaje: no había otra forma de calificar el brillo de sus ojos enfebrecidos. Había adelgazado desde la última vez que tuve el privilegio de pegarle unas cuantas voces, y tenía la ropa en peor estado que la mía, lo que evidenciaba que había estado malviviendo en el Inframundo tanto tiempo como yo. Lucía un arañazo enorme que le cruzaba la mejilla, en plan Tarzán de la jungla, y la pantorrilla derecha quemada hasta la rodilla.
Se irguió, y se quedó inmóvil un momento, sin saber muy bien qué hacer, clavando su mirada de hámster que ve una rueda por primera vez en mí. Separó los labios, agrietados y algo ensangrentados para hablar...
Le sacudí un buen sopapo, dejándole con la palabra en la boca, y eché a andar en dirección contraria con pisotones de elefante. Ni siquiera Chuck Norris habría tenido un par de narices para cruzárseme en aquel momento.
—¡Enero, espera! —gritó él, y yo di más zapatazos a mayor velocidad; me faltaba bien poquito para estar corriendo.
Era la primera vez que oía su voz tras dos semanas bajo el mandato de Perséfone y, personalmente, no me hacía ninguna falta un bis. Por mí, bien podía volverse al agujero en el que se había escondido en cuanto se había olido a Hades y no volver a asomar la cabeza. Le iba a ir mejor, desde luego, que intentando hablar conmigo.
—¡Oye, baja ese ritmo! ¡Para! —insistió el imbécil de Apolo, que había echado a correr detrás de mí. En silencio, le eché un par de oraciones a Artemisa para que pisara algún escollo entre los hierbajos y se quedara sin pie—. ¡Eh! ¡En, esp...!
Me frené en seco, y él, que llevaba la cuarta marcha metida a piñón fijo, se tropezó conmigo y se cayó de culo al suelo. Exhalé el aire que me quedaba en los pulmones lentamente, haciendo acopio de paciencia y relajándome, y me giré, plantándole un pie en el pecho para que no intentase nada.
—¡NO ME LLAMES EN! —le grité, con las orejas ardiendo de ira. A algunos les arden las mejillas, a mí me arden las orejas—. ¡NO ME PIDAS QUE TE ESPERE! ¡Y, SOBRE TODO, NO TENGAS LA POCA DECENCIA DE INTENTAR QUE HABLE CONTIGO COMO SI NO FUERAS UN GALLITO QUE SALE PITANDO EN CUANTO VE QUE SE PUEDE HERNIAR AYUDANDO!
No me di cuenta de que había ido apoyando más y más peso en la pierna hasta que Alexander tosió y me manchó de saliva rosácea las zapatillas. Me limpié en su camiseta con rabia, restregándole la puntera contra el estómago y logrando que gimoteara, y volví a mi plan original de irme pisando fuerte sin mirarle dos veces.
Me giré deprisa, para que no me viera llorar.
Solté un gruñido de pura frustración, y me froté los ojos con el puño más cerrado y tembloroso en el que había cerrado la mano en toda mi vida. No era justo. Me había pasado dos malditas semanas en el Inframundo esperando a que apareciese de alguna parte e hiciera algo para sacarme de allí, o al menos diera señales de vida, pero el tío había hecho mutis por el foro de una manera alucinante y me había dejado más sola que la una con Frankenséfone. Pero claro, eso sí, le faltaba tiempo para venir corriendo a fardar de heroísmo en cuanto no había dioses ni nada riesgoso de por medio.
Lo peor de todo es que ni siquiera me había quedado a gusto soltándole una torta bien merecida. (Y eso que la violencia siempre hace sentir un poquito mejor) Para satisfacer mis ansias asesinas, habría tenido que dejarle medio muerto, y la bofetada no se aproximaba ni un poquito a lo que en realidad tenía ganas de darle. Más bien me apetecía revivir a Jack el Destripador en versión raja-semidioses en vez de raja-prostitutas.
—¡Oye, por favor, escúchame! —suplicó otra vez.
Vale, mi Jack interior estaba deseando agarrar el cuchillo.
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La Cazadora (PJO)
FanfictionEnero es especial, y no en el buen sentido. Es la chica loca que se sienta al lado de la ventana y que parece de todo menos normal, pero no es la heroína de ninguna historia épica ni la nueva que acaba saliendo con el capitán del equipo de rugby. No...