Capítulo 18: Saltamontes Scout, ¡presente!

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Mientras Alexander y yo caminábamos por aquel extraño bosque interminable, al que yo ya comenzaba a llamar, dentro de mi cabeza, "pequeño Amazonas local", él tomó la delantera y me adelantó unos pasos. No pude evitar fijarme en cómo la luz del sol recortaba su silueta. Su pelo encrespado, por la luminosidad, más bien parecía un campo eléctrico de tonos claros: casi, casi me recordó a algún tipo de ángel... "Sí, echado del cielo a escobazos" pensé, intentando averiguar cómo se me había podido ocurrir aquella metáfora para él. Que vale que ya no me cayera tan soberanamente mal... Pero llamarle ángel, aunque fuera un ángel al que habían pateado del cielo... Seguía siendo pasarse.

—¿Disfrutando de las vistas? —me pinchó, sacándome de mi ensimismamiento. Al verme descubierta, se me quedó cara de gato asustado. No era una cara muy bonita, y fijo que Alexander pensó exactamente lo mismo—. Por los dioses, no te pongas así, pareces un pingüino confuso en medio de una selva.

—Vaya, a lo  mejor es porque me sigue confundiendo el motivo por el que estamos en medio de esta selva —observé, reponiéndome. Había bajado la guardia durante unos segundos, pero ya estaba de nuevo alerta.

—Ya te lo dije —contestó, mirando cómo un mono (el primero que veíamos, sorprendentemente) saltaba de una rama a otra y se perdía entre el follaje—, vamos a ver a una amiga que nos ayudará. ¿Prefieres vagar por todo los Estados Unidos sin tener ni idea de lo que tienes que buscar?

—Suena tentador —dije, fingiendo que me pensaba mi respuesta—, pero me da pena que tus esfuerzos sean en vano, así que te permitiré que me lleves con tu amiga. Y ojo, es una excepción excepcionalmente excepcional debida a las circunstancias, no te vengas arriba y pienses que aquí diriges tú.

—El día que dejes a un lado tu ego, de verdad... —comenzó a decir, mostrando las palmas.

—... Será el día en que tú admitas que  no eres el centro del universo —finalicé—.Oye, ¿tu ex novia o quien sea no vivirá, por un casual, en esa choza de allí?

Señalé un cobertizo que había a lo lejos, al que había hecho un favor llamándolo choza. Estaba medio en ruinas, y pintaba allí exactamente lo mismo que Harry Potter en la Casa Blanca.

—Sep. Y no es una choza —puntualizó—, es una cabaña. Construida por las primorosas manos de un arquitecto talentoso, un genio incomprendido que...

—La hiciste tú, ¿cierto? —le interrumpí, viendo por dónde iba.

—Correcto. ¿No ves el arte que emana cada minúsculo trocito de madera de esa casa? —se pavoneó.

—Yo diría que lo que emana de cada minúsculo trocito de madera de esa casa son las termitas que la están devorando. Ah, por cierto, está que se cae. ¿Usaste mantequilla de cacahuete o algo así para construirla, o compraste los clavos en alguna tienda de bromas?

—La mantequilla de cacahuete pega casi más que cualquier pegamento que puedas encontrarte en las tiendas de bricolaje —se defendió, enrojeciendo visible y violentamente—, pero no, no la usé. Elegí usar el cerebro y me la unté en el sándwich.

—Pues, según nos acercamos, a mí me huele a cacahuete —aseguré, fingiendo que olfateaba el aire—. ¿Te dejaste el bocata entre dos ladrillos o qué?

—Deja de esnifar mantequilla de cacahuete, entonces —contraatacó, señalándome con el dedo índice.

—Pero vamos a ver, alma de cántaro, ¿cómo se supone que vas a esnifar una masa compacta con la que bien podrías pegar entre sí Júpiter y Saturno? Eso no sale del tarro ni aunque se lo pidas por favor y con buenos modos —le expliqué. Ahora en serio, la mantequilla de cacahuete era una de las cosas más pegajosas que había visto jamás. Reduciríamos mucho los gastos si, en vez de gastarse una pasta en cola de contacto, pegamento y SuperGlue, usáramos un poquito de ese mejunje para pegar las cosas.

La Cazadora (PJO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora