Capítulo 16: El Nokia de la desgracia

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Creo que soy única en mi especie, pero no soy partidaria de los teléfonos. No te digo que no me guste enriquecer a las multinacionales a base de pasarme la tarde gastando bromas telefónicas como al que más, pero, en general, cruz y raya a los móviles y amor a los fijos.


Cuando nos internamos en aquella jungla venida a menos, tras ser echados del taxi por armar más barullo que las propias Hermanas, yo pensé que iba a ser algo tipo regresión a mis raíces hippies. No pensaba ponerme ropas de gasa con aspecto inflado y empezar a encender incienso suficiente como para parar un tren, aunque eso gasearía a Alexander, que no estaba entrenado contra el tufo a incienso, y le callaría una temporadita... Sólo había un fallo en el plan: colleja de Leslie por contaminar el bosque con olores a pachuli. Qué pena, pero me reservaba el derecho a usar aquella bomba de olor en el futuro. En definitiva, no íbamos a hacer todo eso, pero sí que tenía pinta de que íbamos a acampar ahí, en plena naturaleza.

Con "plena naturaleza", claro, quiero decir "bichos, suelo incómodo, espaldas hechas un siete a causa de la falta de un colchón decente, peleas por la única manta que llevábamos y tortas por el saco de dormir".

Y no es por nada, pero acerté de pleno en la parte de las tortas... Oh, sí, porque llovieron golpes a base de bien.


—¡Dioses, me duelen los pies! —se quejó Leslie, que, para variar, llevaba unos tacones de infarto. ¿Se podía ir peor calzada para una misión épica? De verdad, yo quería mucho a mi amiga, pero a veces dudaba de su salud mental—. ¿Y si paramos? Además, se está haciendo de noche.

—Sólo a ti se te ocurre irte a dar tumbos por el país en tacones de doce centímetros y sin plataforma ni complejos —ironizó Alexander. Leslie me lanzó una mirada de ayuda fulminante, como diciéndome "¿No me ayudas? ¿A quién tengo que darle una coz primero, a él o a ti?". Yo me encogí de hombros, abatida: el polo de limón llevaba toda la razón del mundo—. Coge esto, a ver si sabes lo que es.

Sacó de su mochila, que, por cierto, tenía el tamaño del baúl de Harry Potter, a saber lo que llevaba ahí dentro, unas deportivas, y unos calcetines hechos una pelota. Entonces fue cuando yo intervine.

—Eh, eh, eh. Las zapatillas, pase. Pero esos calcetines los devuelves a la saca de la que han salido ya mismito.

—¡Están lavados! —se ofendió él, con la pelota blanca en la mano.

—¡Son calcetines de TÍO! ¡Has hecho deporte con ellos, los has llevado mil veces, y a saber dónde han estado! Por no hablar de los hongos, así que guarda eso, que me estoy poniendo mala de imaginármelos —repliqué. Venga ya, había una norma no escrita que dicta que los calcetines de mujer, para las mujeres, y los de hombres, para hombres, y punto pelota. Cambiárselos era una guarrada.

—¡Han estado en la lavadora hace bien poquito, sabihonda! —contestó—. Y no tengo hongos, gracias, hay gente que sabe lo que es la higiene.

—Sí, tras estar en la ducha tres horas... A algo de limpieza pudiste aspirar, digo yo —apunté con maldad, sonriendo al recordar aquella broma maestra. Alexander pareció acusar el golpe, y me tiró a la cara sus calcetines de hombre llenos de hongos.

—Una ducha que te haría falta a ti, ¿o es que te quedaste muy limpia tras caerte al lago? —contraatacó, tendiéndole las zapatillas a Leslie, que se había sentado en un tronco. Tenía cara de "Ya estamos", y estaba sacándose los tacones.

—Mira que se rifa una torta, y tienes tú todos los boletos... —le avisé, mientras sacaba de mi mochila unos calcetines para la sátiro. Lo último que queríamos era que le salieran ampollas, porque entonces ya sí que no se movería del sitio, y llevarla a caballito no era una de mis metas en la vida, a decir verdad.

La Cazadora (PJO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora