Podría levantarme confundida, soltar un gemido de terror al imaginar que he sido secuestrada, pero plasmados en mi memoria como si nunca hubiese cerrado los ojos, las ocurrencias de la noche anterior son lo primero que vienen a mi cabeza.Mi cabeza adolorida de estar echada en la misma posición tanto tiempo. El reloj en el buro marca poco más del mediodía.
Recorro mi cuerpo enfundado en la misma camisa y falda de la noche anterior, mis piernas cubiertas por las medias negras hasta las rodillas. Una sonrisa se posa en mi rostro adormecido por el larguísimo sueño. El señor Brier es un caballero, no hizo más que sacar la camisa de la falda desabrochada y quitarme los tacones que acomodó al filo de la cama.
Esperé mi beso de buenas noches, no recibí nada más que un bufido hastiado cuando me engarcé a su brazo.
Rápidamente espabilo y tomo mi celular encima de la mesa de noche. Le resta menos del diez por ciento de batería, aprovecho para responderle a mamá y a Natalie que el plan salió bien. Enseguida recibo una respuesta:
«Qué bueno que estés bien, te dejo para que sigas haciendo el ridículo, ¡te quiero!»
Sin más, me dirijo al baño dentro de la lujosa habitación y satisfecha con dar con lo necesario para tomar una ducha y adecentarme.
Al terminar de vestirme y sin usar nada debajo, dos toques en la puerta ponen mi corazón al galope.
Aliso la falda y tras una mirada más al espejo, abro la puerta para dar con mi guapo jefe, con unas vestiduras tan casuales que me toma tres segundos reconocerlo.
—Buenas tardes, señorita Adams—saluda con su perpetua voz cordial—. Espero que la estancia le haya parecido placentera.
Abro un poco más la puerta, tragándome el 'pudo estar mejor con su compañía'.
—Sí, estuvo bien.
—Me alegra, por favor venga y hágame compañía en el almuerzo—y con un tono petulante, añade—, me molesta la gente perezosa.
Emito un jadeo ofendido, cierro la puerta y sigo su sombra por el pasillo con mi celular y abrigo en las manos. Su cabello baila a la cadencia de la brisa con cada contundente paso.
—Años trabajando para usted y no me conoce ni un poco, señor—me defiendo mientras bajamos por las amplias escaleras.
Mi respiración se corta cuando gira y me enfrenta al pie del último escalón. Hay algo inusual en su cariz, más allá de la estela de una sonrisa curvando ligeramente sus labios.
Es esa mirada brillosa y vivaz que he visto contadas veces, ninguna iba direccionada a mí.
—Claro que te conozco, Cora—pronuncia mi nombre como si fuese un acto rebelde—. Conozco que tu entorno familiar es tan precario como el mío, que gastas parte de tu salario en mantener a tu madre, abandonaste tu carrera por un par de tetas, que tu mejor amiga se llama Natalie y que tu cabello natural no es rubio.
—Sí lo es.
—Te puedo ver las raíces negras.
Inspiro hondo. Debe ser la primera vez que caemos en lo cotidiano fuera de la rutina que compartimos. Eso puede saberlo cualquiera, considerando que este hombre pasa la vida con la nariz encajada en su propio culo, siento que me ha desnudado de una extraña manera.
Me cruzo de brazos y levanto el mentón.
—Sabe todo eso, ¿y no dónde vivo?—rechisto y su sonrisa aparece en toda la regla, descomponiendo mi cuerpo.
—Tienes razón, eso no lo sé—su faz se suaviza y mi corazón palpita y palpita enloquecido—. Sin embargo, lo que también sé, es sobre tu particular gusto por mí.
La revelación me deja al descubierto. No entiendo cómo puede sorprenderme tal cosa, si es obvio para todos, ¡por supuesto que lo sabría! ¿Por qué no me dice nada? ¿Le gusta tenerme como parte de un show ridículo?
La sesión con la hechicera aterriza en mi cabeza. El dinero no fue un desperdicio, ¡fue una inversión!
Enderezo los hombros y adelanto un paso, construida en la confianza.
—¿Y eso le molesta?
Él presiona los labios y niega con la cabeza.
—Para nada, me entretiene ver cómo te desvives por tener un vistazo mío.
Mi boca se abre profundamente insultada.
—¿Es usted homosexual, señor Brier?—suelto la pregunta y me da el gusto de verlo descolocado.
—¿Qué?
Me apunto como indicativo de lo obvio.
—Míreme, soy la mujer más hermosa que tendrá el gusto de ver en su vida y sabiendo que me gusta, ¿no es capaz de ceder?—espeto furiosa.
El plácido recorrido de su mirada me indica que me da la razón.
—No jodo con el trabajo, Cora—manifiesta un tono frustrado—. Quizá si te hubiese conocido en otra parte, te hubiese agarrado de las tetas que te empeñas en ofrecerme.
Antes de poder contenerme, adelante otro paso más.
—Pero justo ahora no estamos en el trabajo.
—Eres el trabajo, ¿vale?—repone con pesadez—. Te mantengo en él porque eres excepcional en lo que haces.
Un paso más y tengo la obligación de levantar la cara para conectar miradas. Los labios me pican por probar los suyos, debe saber a él, a él y a café.
—No es en lo único que puedo ser buena, usted podría saberlo si se dejara de formalidades estúpidas.
La capa de piedra hecha de frivolidad y testarudez que lo envuelve cobra una fractura al prenderse de la vista de mis ojos con una intensidad poco usual, embargando mi pecho de calidez y cosquillas.
—¿Qué es lo que quieres, Cora?
El corazón me sube a la garganta. Esto es un sueño, tiene que serlo.
—A usted—expreso, temiendo pestañear y espantar la fantasía—. Me gusta, me atrae y quisiera genuinamente conocerlo más allá de lo que esos trajes muestran. Eso quiero, señor Brier.
Su mano ataja un mechón de mi cabello, procede a testear su textura, restregándolo entre sus dedos. Con esa sola interacción, mi cuerpo entero reacciona al estímulo.
—Es una lástima que seas mi empleada, Cora—pronuncia a media voz—. Como también lamento que la comida tendrá que darse otro día. El chofer te dejará en tu casa, en el camino indícale que te apetece comer. Corre por mi cuenta.
Libera mi cabello y sin mencionar una sílaba más, se da la vuelta y se escabulle por una puerta. Me deja en medio del salón echando chispas y necesitada de un buen recostón.
Aquí es donde me planteo si verdaderamente me gusta este tipo o solo estoy falta de buen sexo.
Maldigo a su madre, sus tías y sus muertos, hirviendo de la indignación, me encamino a la salida estampando los tacones en el piso pulido.
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Hechizando Al Sr. Brier
Short StoryCora Adams ha trabajado por tres años para el magnate más codiciado de Nueva York, Adrian Brier, y dos de esos los ha pasado imaginando una épica historia de amor con él. Tras dar con un contacto involucrado en el mundo del esoterismo en su revista...