He tenido el disgusto de atender citas con hombres vagos, otros con pocas ganas de darme el trato que requiero, todos con la misma intención de quitarme lo que llevo puesto.Con mi querido señor Brier... no es muy distinto.
Desempolvé mi vestido más preciado, de seda morada con una suave caída en mis pechos, caderas, que exhibe mi espalda desnuda. Hacía mucho que no tenía ánimos de maquillar mis ojos café con colores vivos, esta noche maquillé de acuerdo a mi vestimenta mis párpados.
Esos detalles han atrapado más la atención de mi jefe que una docena de cafés intencionados con mis encantamientos, desde que abrí la puerta de la pequeña casa en un recoveco en Brooklyn, no ha parada de regalarme largos vistazos que me han puesto los vellos de punto debido a la tensión bailando entre los dos.
Si no tuviésemos los platos de comida entre los dos, probablemente me estuviese probando a mí.
La cena ha transcurrido como una segunda entrevista, un más personal. De él conozco todo lo que dice, sus papás divorciados por infidelidades de su madre y los problemas con el alcohol de su padre. Susie y él han vivido bajo la guardia de sus abuelos, personajes que ahora descansan bajo pilones de tierra en algún cementerio de la ciudad.
¿Qué puedo decirle de mí? Hija de madre soltera, producto de una travesura adolescente con consecuencias. Mi progenitora ha batallado por darme educación, ropa y que jamás me faltase comida antes de dormir.
Con la buena paga que recibo de la compañía del señor Brier, me da para ayudarle a mantenerse mientras atiende a un trabajo medio tiempo. No pasa nada, puedo cenar sopas instantáneas tres veces a la semana, tengo un buen estómago, de niña solía comer tierra.
Mi jefe bebe con un trago del vino que acompaña su bistec al no sé qué, contemplándome con si tratase de adivinar mi conspiración. Tendría que intervenir en mi privacidad para encontrar la libreta con sus fotos y rezos con su nombre y mío.
—Conozco parte de tu pasado, pienso que es complejo conocer toda una vida en unos cuantos tragos, ¿no te parece?—dice con cierta ironía—. ¿Por qué no me cuesta tus planes a futuro? ¿Qué te interesa estar viviendo en cinco años? Eres una mujer joven, no pasas de los veinticinco, apenas comienzas a vivir.
Conociendo rincones del mundo, comiendo lo que me apetezca sin pensar en que tan grueso tengo el abdomen porque tengo el producto del amor en mi vientre, contabilizando las ganancias de mi negocio, abrazando a mi esposo.
Tantas cosas que deseo que en este momento me siento como mi copa, solo unas gotas llena.
—Quiero que mis ojos brillen tanto de felicidad como el anillo que mi futuro esposo me ofrezca de rodillas—pronuncio confiada—. Quiero tener una familia completa, nunca supe que se sentía tenerla y por añadidura, dar algo de luz a quien sea que busque el talento de mis manos, son muy buena en al arte cosmético, solo no he tenido la oportunidad de mostrarlo.
El señor Brier asiente, satisfecho en demasía con mi monólogo.
—¿Cómo es que has caído en mis manos, Cora?—la consternación tiñe su voz.
Dudo en decirlo porque en el fondo, me avergüenza. Pero hay cosas peores que he hecho y que me harían desmayar del bochorno si se llegase a enterar.
Suspiro y echo aire a mi rostro con mi mano sutilmente.
—Bueno, congelé el año académico cuando me faltaba uno por terminar por...—hago una pausa para tomar coraje—, operarme las tetas, pero me echaron del trabajo y en el suyo no tengo tiempo para cumplir con el horario. Quedó ahí, pero casi reúno para volver y obtener mi título.
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Hechizando Al Sr. Brier
Short StoryCora Adams ha trabajado por tres años para el magnate más codiciado de Nueva York, Adrian Brier, y dos de esos los ha pasado imaginando una épica historia de amor con él. Tras dar con un contacto involucrado en el mundo del esoterismo en su revista...