6: Pequeñas Atenciones.

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            Quedaría calvo. Mi jefe de cabello negro y abundante lo perdería de tantas veces que se ha pasado las manos esta semana, cada vez que se enfoca en mí y yo en el monitor o alguna pila de carpetas que ya habré acomodado.

Es todo un juego mental, una vez obtienes la atención de la presa, no dejará de estar pendiente del depredador al acecho aunque no esté a la vista.

Los días han transcurrido entre subidas y bajadas, te ignoro, estoy ocupada, tengo planes, pero te ofrezco los postres más deliciosos que alguna vez probarás, demuestro mi cariño en sonrisas y palabras dulces, como lo bien que te queda la barba, ese tono de corbata o el peinado del día.

Tiene mis pequeñas atenciones, pero no a mí y eso comienza a desequilibrarlo de tal manera que parece que está a nada de estallar en reclamos.

No me importa ser un poco cruel, confundirlo, él lo hizo primero conmigo. Aquí no hay hechizo que valga, son meras ganas de vengarme.

Coloco el pastel de chocolate con crema de frambuesa en forma de corazón sobre su escritorio, acompañado de la taza de café. A estas horas de la tarde el hambre le ataca y de vez en cuando pide un postre. Esta semana me he adelantado al acontecimiento.

—Pastel de chocolate y frambuesa sin gluten, hecho por mí—estiro un brazo y rozo con toda intención su mano—. Saboréelo despacio, las mejores cosas se disfrutan sin prisas y normalmente tenemos la boca llena.

Sus cejas se disparan hacia arriba.

—Qué maravilla, pensé que habías perdido la lengua—dice, con dejo colérico.

—He estado ocupada, ya lo sabe.

Sus ojos me investigan con precaución.

—Siéntate, comparte un trozo conmigo—pide, pero niego con la cabeza.

—Tengo asuntos que me requieren.

—Yo te requiero, Cora—espeta—. Siéntate y come conmigo, es una orden.

Me cuesta no abrir la boca, sorprendida de que dentro de los límites de la oficina me llame por mi nombre.

Tomo asiento en la silla, pero él se ocupa de apartar lo que estorbe en la mesa entre los dos. Palpa el borde del escritorio y me pide que ocupe ese sitio, junto a él. Dudo, obedecer dañaría mi intrépido plan, pero la carne es débil y a mí de eso me sobran cinco kilos.

Mis rodillas quedan a la altura de su pecho, su aroma me alcanza y arrulla mis sentidos. Toma la cucharilla, pica un pedazo y me lo ofrece. Me inclino para recibirlo, pero él lo baja al plato y en su lugar, tomo mi mandíbula y me mantiene cernida casi sobre él.

—No sé cuáles sean tus intenciones, Cora, si volverme loco o dependiente de ti, pero no me gusta lo que haces.

—¿Y qué hago?—pronuncio, mi voz sale amortiguada por mis mejillas presionadas por sus dedos—. ¿Hacer mi trabajo? ¿Atenderlo? Lo he venido haciendo desde el comienzo, ¿por qué le afecta ahora? ¿Por qué le chupé la verga?

Une sus labios con dureza.

—¿Desde cuándo tienes la boca tan sucia?

—¿Desde cuándo le importa?

Me suelta y una sonrisa de suficiencia me abarca la cara.

—Debería echarte de mi empresa por tus burlas y jueguitos estúpidos, debería de pasar de ti como lo he venido haciendo, pero hemos cruzado la línea de lo permitido—mis latidos descienden cuando su mano se inmiscuye entre mis rodillas—. ¿Sabe lo que significa eso, señorita Adams?

Hechizando Al Sr. BrierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora