Me costaría un milenio limpiar el desastre bajo mis pies. Mucho cabello rubio cae sobre mis pantuflas, vuelan alrededor de mis tobillos con las carreras eufóricas de Rudolf, el inmenso golden retriver de mamá.Patricia, mi madre, tenía el cabello nivelado a la cadera, ahora cae sobre sus hombros en capas que se acomodan alrededor de sus facciones frescas. Termino de darle forma con el aparato que le he traído, el brillo de las hebras deslumbra y añaden luz a su mirada café.
Emocionada porque conozca el resultado, cargo el espejo del baño y rezando a Cristo para que no se me resbale, lo coloco sobre la mesa recargado en la pared y le indico que voltee.
—¡Ta-rá!—aplaudo y el perro me regaña con sus ladridos—. ¿Qué te parece? Reduje el nivel pero con estas capas agregué volumen. Es cuestión de aprender a manejar el cepillo eléctrico, ahora te muestro, te pondré una nota en el espejo del baño y el refrigerador que no olvides usar protector térmico para que no lo quemes, no, ¿Sabes qué? Te llamará todos los días para recordártelo.
La expresión fascinada de mamá envía un abrazo caluroso a mi corazón. Hace meses no me ocupaba de un cabello que no sea el de Hannah, ni siquiera al mío le prestaba demasiada atención, me hacía recordar lo que no se pudo dar en su tiempo.
—Gracias, hija, es maravillo—me da un golpecito juguetón con el hombro y sé que se aproxima una broma—. Parecemos contemporáneas.
Lo dice como si fuese un chiste, pero no está alejado de la realidad. Mamá me tuvo a los dieciséis, no tiene más que cuarenta y dos años. Es una mujer joven, hermosa, que ha pasado por mucho sola.
Quizás se deje de renegar del amor romántico y consiga una cita con un buen hombre. Se ha negado ese derecho por trabajar y trabajar, los días de descanso los tomaba para pasarlos conmigo. Se acostumbró a ser ella, y eso estaba bien, pero un poco de diversión de vez en cuando también.
—Los reflejos aportan luz a la tez—muevo las ondas suavemente, encantada por la caída—. Cuanto adoro tu cabello rubio, siempre lo quise tener como tú.
Ella rechista.
—Dices tonteras, tu cabello es precioso tal y como lo tienes ahora—enarca las cejas claras con obviedad—. Te recuerdo que todos esos concursos de belleza no los obtuvo el rubio, si no el castaño. Me alegra verte de nuevo con el.
Las memorias me roban una sonrisa. En mis años de adolescencia competía en toda clase de certamen, desde señorita del Condado, hasta reina del club de tenis al que asistí y no hubo un año que no me coronara como reina de prom.
Cuándo pisé el técnico quise experimentar con un cambio extremo, me decidí por el opuesto, el rubio, al tono de mamá, lejos del castaño del hombre que nos abandonó.
—Mi jefe dice lo mismo—un cosquilleo se extiende por mi estómago—. Y yo también lo creo.
Ella me mira con más sospecha que interés inundando sus pupilas.
—¿Tu jefe gruñón? ¿Te ha dicho eso?
—Ya no es mi jefe, es mi novio—confieso y ella del susto se lleva una mano al pecho.
—Cora, ¿no te andarás metiendo en una relación, no? Porque eso no te inculqué, te enseñé límites y valores—suena como una reprimenda, hace mucho no recibía una, lo que me hace sonreír aún más.
Todo vuelve a su lugar. Cocino la cena de noche buena con mamá, disfruto del agua helada del mar, duermo en mi vieja y pequeña cama y mi corazón palpita enamorado.
Se siente tan bien que quiero hacerme bola y llorar de felicidad.
Comienzo a recoger el desastre que hemos dejado, sonrojada hasta la raíz del cabello.
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Hechizando Al Sr. Brier
Short StoryCora Adams ha trabajado por tres años para el magnate más codiciado de Nueva York, Adrian Brier, y dos de esos los ha pasado imaginando una épica historia de amor con él. Tras dar con un contacto involucrado en el mundo del esoterismo en su revista...