11: Hechizo.

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Adrian Brier

Tres meses antes...

—Cruza a la izquierda, luego a la derecha, sigue derecho cinco cuadras, luego doblas a la derecha y luego regresas seis cuadras más a la izquierda—Susie señala con la mano enguantada el laberinto de indicaciones—. ¿Entendiste?

De no ser porque vamos adelantados en el camino y ella se encuentra enferma, daría vuelta para regresarla al hospital.

Niego irritado y sin disimular. Deberían realizarle estudios en la meten, ¿cómo me explica que para ella, ir a bañarse en hiervas y sales la curará de una gripe?

—Entiendo la vía, Susie, no tu demencia—espeto y ya jadeo ofendida.

La siento acomodarse en los asientos, se quita la manta y su cabello desastroso le enmarca la cara. Definitivamente necesita ayuda urgente.

—No lo entiendes, eres un tipo cerrado a lo que ves, Adrian—dice con altanería—. Hay mucho más aparte de lo que percibe la vista, pero no lo sabes porque tienes cerrado tu tercer ojo.

—¿Cuándo te tomaste los medicamentos? ¿Hace media hora?—detengo el vehículo cuando la luz cambia—. Estás alucinando, vuelve a dormir.

Ella insiste en permanecer sentada con la cabeza apoyada en el asiento del copiloto. Ahí vamos de nuevo, con sus charlas sobre dimensiones, deidades y misticismo.

—Soyra jamás se equivoca, es más, deberías contratar sus servicios, necesitas una limpieza energética, ¡nunca tienes segundas citas!

—Si empiezas con el tema daré la vuelta—le amenazo, no estoy de humor para escuchar sus impertinencias.

Ella bufa y le hago mala cara, lo que falta es que me contamine su peste.

—Esa mujer adivinó que Russell vendría a mi vida, que me pediría matrimonio a la orilla del mar y también vio el éxito de mi marca—tamborilea los dedos en el respaldo de mi puesto—. Acepta una lectura, ¿o tienes miedo que pronostique un camino de soledad? Eres un buen hombre, Adrian, testarudo y bastante trabaholic, pero meh, tienes tus puntos buenos, como que tienes dinero.

Qué manera más emotiva de levantarme el ego.

—¿Gracias?

—De nada.

Finalmente un estornudo la lanza de regreso al asiento.

Tras seguir la guía del GPS y no la de Susie, ella se coloca un cubre bocas y se peina el nido de pájaros que tiene en la cabeza. Un sábado desperdiciado en complacer los recados esotéricos de mi hermana, debería estar analizando la fluctuación del mercado en la gloria de mi hogar, pero con la ausencia de su prometido estos días y una madre pedante y los casos criminales referente a la toma de taxis en esta jungla de concreto, opciones no sobran.

—Ve lento, ¿Esa de ahí no es Cora?—Susie me pega un par de palmetazos en el hombro—. ¿Qué hará ahí? Uh, mira, tiene muchas bolsas, ¿ya ves como no soy la única? No estamos locas, solo tenemos intuición.

Reduzco la velocidad, la calle está despejada, así que me permito echar un vistazo a dónde Susie apunta.

La señorita Adams, mi secretaria, entra en un auto destartalado en compañía de quien reconozco como su compañera de piso y amiga Hannah, pronto el vehículo se marcha calle abajo, en la dirección opuesta a la nuestra.

La curiosidad y un sentimiento pican en mi garganta. Es suficiente contemplarla y tratar de lunes a viernes, hermosa, aplicada a sus diligencias y para mi reto, tentadora. He recibido más palmadas en la espalda admirando mi renitencia a tomarla que por mis labores empresariales.

Hechizando Al Sr. BrierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora