Running up that Hill - Outside Stories

Porque somos hermanos (4)

Aioria echa un vistazo a su flamante reloj nuevo, el cual Shura no ha podido convencerle de quitarse desde ayer, y le pide que se quite de encima diciéndole que ya casi es hora de hacer el almuerzo. Shura accede sin chistar, volviendo a sentarse en el sofá, pero en cuanto lo ve levantarse lo atrapa por la cintura y lo hace caer sentado sobre sus piernas. Aprovechando que ha caído dándole la espalda comienza a darle besos en el cuello, a lo cual Aioria le exige entre risas que lo deje ir y comienza a intentar liberarse. Sin mucho esfuerzo, ya que lo que realmente quiere es sentir cómo Shura aprieta su agarre para impedírselo.

—Se nos va a hacer tarde para el almuerzo...

—Bajemos a Rodorio y comamos en alguna fonda allí.

—Oh, claro. ¡Justo ahora que tenemos que empezar a ahorrar!

El irrebatible argumento con el que Shura contraataca son más besos. Aioria se resigna a que no se va a mover de ahí pronto y, por hacer algo, estira su mano para alcanzar sus documentos de identificación. El de Shura acaba de llegar de España y el suyo ya tiene unos cuantos meses, pero sigue sin poder dejar de mirarlos. Recostándose contra el cuerpo de su novio lee por enésima vez los nombres impresos en ellos.

Aioria Konstantinidis y Alejandro Rodríguez.

Sigue siendo surreal. Tiene un apellido. El apellido de su madre, que su padre tomó al carecer de uno por haber crecido la mayor parte de su vida en el Santuario. Otra de las tantas cosas por las que nunca se le ocurrió preguntar y con cuya historia Aioros lo maravilló. Esos documentos representan toda la felicidad que siempre pensó que estaba fuera de su alcance. Y sin embargo... los ojos comienzan a escocerle al pensar en su hermano.

Últimamente lo ha sentido distante. No físicamente, todavía puede sentir el abrazo en el que lo envolvió ayer por la noche, sino que es como si su cerebro estuviera en otra parte y Aioria tuviera que usar garras y colmillos para alcanzarlo, solo para encontrarse con que alguien más ya está allí con él. Saga...

Lo intenta, de verdad que sí, pero no puede. Simplemente no puede soportar su presencia, a pesar de que desearía poder hacerlo por el bien de su hermano. Lo peor es que por más que quiera ignorarlo, sabe que no se trata solo del rencor y la desconfianza por sus actos del pasado. Con el regreso de Aioros ha regresado también ese sentimiento que tenía a los siete años de querer que su atención sea toda para él y que comparta todo con él. Pero lo que sea que lo esté preocupando ahora, es claro que con quien eligió compartirlo es con Saga. A él siempre lo verá como su hermano pequeño, el que siempre le anda detrás. Aquel que nunca lo podrá alcanzar porque solo dispone de piernas para seguirlo, mientras que Aioros tiene alas que lo hacen llegar hasta el cielo.

—Oye —Shura toma su rostro para girarlo hacia él, haciéndole imposible escapar de su mirada afilada—. ¿Por fin vas a decirme lo que ocurre?

—Mira quién habla —bromea dedicándole una pequeña sonrisa.

—Justamente te lo digo porque aprendí de la peor manera lo que pasa si te guardas las cosas —responde Shura con seriedad, pero acariciándole la mejilla. Él baja la mirada, poniéndose a juguetear con los cordones de su camisa para devolverle el mimo.

—Se trata de Aioros. Yo... tal vez es solo idea mía, pero... —de golpe, siente un cosmo volverse errático. Es el de Aioros y es en el templo de Sagitario. Su cosmo, habitualmente tranquilo, ahora se percibe débil, como si pronto fuera a desvanecerse—. ¡Hermano!

—¿Qué...?

Rápidamente se pone de pie y sin preocuparse siquiera por ponerse los zapatos se echa a correr hacia el templo vecino. Allí se encuentra a su hermano, tirado en el suelo a pocos metros de la salida hacia Capricornio. Toda la sangre abandona su rostro cuando se agacha junto a él y le da la vuelta, viendo el suyo.