Cualquier duda, temor o inseguridad que haya podido sentir al tocar la puerta de la enorme casa se evapora con el recibimiento de Fernando. El hombre los abraza a ambos, librando a Shura de cualquier carga al decirle que estaba seguro de que no se marcharían sin despedirse y dándoles nuevamente la bienvenida a su hogar, donde son recibidos con aún más efusividad. Miguel, que estaba sentado en la mesa, corre hacia ellos para abrazarlos por turnos.
—¡Hola! —exclama felizmente—. ¿Por qué no vinisteis ayer?
—Ya te he dicho que no se sentían bien, Miguelito. ¿Por qué no mejor, en vez de preguntarles eso, disfrutas de que estén aquí?
Tan solo esa pregunta basta para que el niño retome su papel de anfitrión. Diciéndoles que se sienten, les acerca el plato del que estaba comiendo y sirve dos vasos de leche. Ninguno de los dos ve motivo para decirle que ya desayunaron, así que se le unen y comienzan a comer galletas, remojándolas en la leche tal como él lo hace.
—Habéis elegido el mejor día para quedaros —dice Fernando estirando el brazo para servirse otra taza de café. Ambos se miran, intrigados, y luego vuelven a mirarlo a él—. Esta tarde juega el Granada.
—¡Ejem! —le llama la atención su nieto. Riendo, él rueda los ojos. Claramente lo ha hecho a propósito.
—Oh, cierto. También juega un equipillo del que he oído hablar un par de veces. Un tal Barça.
—¡Abuelo! —se queja Miguelito, para automáticamente girarse hacia ellos—. Os quedáis a verlo, ¿verdad? ¡Necesito algo de apoyo aquí!
Shura realmente quiere hacerlo. Se sentirá como volver en el tiempo, a una época en la que su mayor preocupación era que su equipo gane, en la que era más ingenuo y feliz. Quiere compartir eso con Aioria, a quien voltea a ver para preguntarle, o más bien suplicarle, si se pueden quedar. Cuál sería su sorpresa al encontrarse con la misma mirada de su parte.
—Ya nos hemos quedado una noche extra. ¿Por qué no otra? —Shura le sonríe, agradecido.
—Tenemos que quedarnos. Llevamos tanto tiempo jun... conociéndonos y aún no te he hecho mirar fútbol. Tenemos que remediar eso.
Casi se delata otra vez. Afortunadamente, su pequeño desliz es tapado por el jadeo de incredulidad de Miguel.
—¿¡De verdad que nunca has mirado fútbol, Aioria!?
—En el Santuario no tenemos electricidad —explica encogiéndose de hombros con una sonrisa tímida—. Y las veces que he salido al mundo exterior me la he pasado mirando películas.
—¡Madre mía! Y yo que pensaba que sólo no tenías mucha idea. ¡Hasta mi hermana, que sólo sabe hablar de bandas de chicos y culebrones, mira las finales de campeonatos con nosotros!
—Miguel, ¿ni estando aquí dejarás a tu hermana tranquila? Mejor vete a arreglarte de una vez —dice Fernando, empezando a levantar los platos para lavarlos—. Javier llegará en unos minutos y tú siempre haces esperar a ese pobre chaval.
A Miguel se le iluminan los ojos ante la mención de su amigo. "¡Claro!" es lo último que alcanzan a oírle decir antes de que se meta en la boca toda la galleta que estaba mordisqueando, se beba la leche de un solo trago y suba corriendo... todo en menos de treinta segundos. Él y Aioria se quedan mirándolo boquiabiertos mientras Fernando se ríe.
—Estos jóvenes... —Shura sólo puede asentir en silencio, y eso le vale una larga mirada del anciano, que a estas alturas parece conocerlo como a su propia nariz. Casi—. Vosotros estáis en plena flor de la juventud, muchachos. Tenéis toda la vida por delante.
Algo cosquillea en el estómago de Shura ante esas palabras. Se fija en ese rostro marcado por el tiempo que ha vivido, los retos que ha enfrentado, las terribles pérdidas que ha sufrido, pero también por todo el amor que todavía tiene para ofrecer. Luego mira a Aioria, que se levanta para ayudar a Fernando, e imagina algo de lo que nunca creyó ser digno: un futuro lejano en el que ya no hay batallas, en el que sonríen mirando el atardecer sentados bajo un naranjo cogidos de la mano, sus manos arrugadas por los años pero siempre cálidas. Un futuro en el que hacen juntos las tareas del hogar en la casa cerca del mar mientras se toman el pelo mutuamente por los achaques de la vejez. Un futuro en el que se siguen amando, sin importar cuántos retos les haya puesto la vida. Ser despertado por el sol de la mañana, con el aroma a citrus y unos suaves rizos haciéndole cosquillas en el cuello. Pero también viendo juntos a esa fuerza de la naturaleza que tiene por alumna crecer, portar su armadura y continuar con su legado. Y, quién sabe, tal vez presenciar cómo ese chico que ahora baja las escaleras abotonándose la camisa, con su cabello crespo aplacado con gel y oliendo a colonia cara, se convierte en el campeón que sueña ser.
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Running up that Hill - Outside Stories
FanficTodavía no han llegado a la cima, apenas se han encontrado en el mismo punto, y no podrían estar más felices de que así sea. Les espera un nuevo camino, el más anhelado y el que se ve más brillante: el que recorrerán juntos. Secuela del fanfic "Runn...