Por las nuevas generaciones (2)

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Aioria observa la ciudad a su alrededor sintiéndose tan maravillado como abrumado. El contraste que hay entre esta ciudad y Atenas o a las que visitó en España es inmenso, debido a la modernidad imperante y la enorme cantidad de gente circulando por las calles. Ahora entiende a qué se refería Ikki cuando le dijo que caminar por Tokio podía llegar a ser una experiencia agotadora.

—Aioria.

La voz de Marín, tan suave como es, lo sobresalta. Haciéndole saber con un balbuceo que la ha oído, se dispone a seguirla a ella y a la multitud de personas que cruzan la avenida haciendo todo lo posible por mantener la mirada pegada en el semáforo. Cuando ya están del otro lado de la calle la pelirroja saca el pequeño mapa que consiguió en un centro comunitario.

—Ya casi llegamos. ¿Tienes la foto a mano?

Con las manos temblorosas busca en su bolsillo la foto que le tomó con la Polaroid al chico antes de partir y se la extiende buscando cualquier otra dirección en la que mirar. Pero Marín le deja en claro que no está siendo para nada sutil.

—¿Estás bien? —pregunta sonando divertida.

—¡S-sí! Lo siento, hace mucho calor y hay mucho ruido y...

—Aioria, está todo bien. Mírame.

Oh, todo menos eso. No puede evitar obedecerla, pero eso no hace más que empeorar su nerviosismo. Y es que el rostro de Marín, por más que esté protegido por un tapabocas, anteojos de sol y su largo flequillo, sigue estando desprovisto de su máscara. Todavía recuerda lo que sintió tras ver a Shaina sin la suya durante su pelea con Seiya en el hospital de la Fundación Graad. Sin importar cuánto le desagradara esa mujer no pudo evitar sentirse avergonzado y culpable por haber visto su rostro, al punto en que todavía le sudan las manos cuando le toca hablar con ella. Marín no sólo es una de sus más queridas amigas, sino que también la está viendo por primera vez con algo que no es su armadura o ropa de entrenamiento. Está usando una camiseta de mangas cortas color naranja, una larga falda acampanada con canesú en punta color verde salvia, un cinturón blanco y sandalias. Está preciosa y Aioria no sabe cómo lidiar con eso.

«Si le dijera lo bonita que está, ¿podría malinterpretarse? Ella sabe que tengo novio. ¿Querrá oírlo? Si tomó la decisión de renunciar a su feminidad puede que crea que la estoy rebajando como caballero. Aunque a mí me gusta que me digan que me veo bonito...».

Aunque nunca se siente tan bien como cuando es Shura quien se lo dice.

—Creo que tenemos que caminar hasta aquí —dice Marín, señalando un punto en el papel—. Creo. San'ya no aparece en el mapa.

Sus palabras lo traen de regreso a la realidad y le recuerdan para qué han venido realmente, haciéndolo sentir aún más avergonzado por haberse perdido en ese tipo de pensamientos.

—¿Por qué?

—Es el intento de este gobierno de esconder la basura debajo de la alfombra —responde Marín con voz sombría después de soltar un suspiro, volviendo a guardar el mapa.

Él asiente, comprendiendo de inmediato. Antes de partir Seiya le había explicado a grandes rasgos qué clase de lugar es San'ya. Un distrito abandonado, donde se intenta mantener contenida y oculta la pobreza. Un lugar que los de arriba, los responsables de aquella misma pobreza, intentan pretender que no existe.

El paulatino pero notable cambio en el entorno a medida que avanzan les confirma que van por el camino correcto. Las casas se van volviendo menos agradables a la vista y comienza a verse menos gente.

—Sí, hemos llegado.

El sol casi se ha ocultado por completo pintando de color verde azulado los tejados oxidados y deja ver que, a pesar de todo, no todo lo que hay en ese lugar olvidado es desolación. Pequeños detalles, como un anciano dando de comer a un gato callejero frente a su puerta, pueden verse con el último haz de luz del día.

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⏰ Última actualización: Jul 08, 2024 ⏰

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Running up that Hill - Outside StoriesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora