El entierro de Odette fue un miércoles por la mañana. En la iglesia podía entrar, sentadas, casi quinientos fieles, pero eso no bastó. Hubo mucha participación de pie, apretados debajo de las grandes puertas.
Recuerdo que esa mañana había comenzado a llover. La niebla flotaba, apenas, sobre el césped, etérea, fantasmalmente. Vi un desfile de paraguas negros, sostenidos por alfas, betas y omegas vestidos también de negro, moviéndose lentamente hacia adelante. Vi a Luz Noceda sentada, de pie en primera fila, tomando de la mano de Azura. La menor tenía apenas cinco años. Lo suficiente como para entender que su otra madre había muerto, pero no para comprender que no la vería nunca más. Luz tenía los labios apretados y se veía muy pálida pese a su tono moreno de piel; los "invitados" que llegaban hasta la omega le daban la mano o la abrazaban. Me di vuelta y enfilé hacia la parte trasera de la iglesia. Yo a Luz Noceda no le dije nada.
Nunca olvidaré el olor que sentí ―ese olor a madera vieja y a velas encendidas―al sentarme en la última de las filas. En la iglesia reinaba el silencio. Nadie hablaba; nadie sabía que decir. Fue entonces cuando sentí que iba a vomitar. Sentí un leve sudor en mi frente. Mis manos estaban sudorosas, inútiles. Los que más deseaba era irme, pero me quedé allí.
Una vez que la misa comenzó, no pude concentrarme. Si hoy me preguntan qué dijo esa mañana el reverendo en su sermón. En todo lo que pensaba era que Odette no debió haber muerto.
Al terminar la misa, hubo una larga procesión hacia el cementerio. Mientras conducíamos, la lluvia empezó a caer con mayor intensidad. Los automóviles fueron estacionándose; los paraguas se abrieron; amigos y familiares caminaba sobre los charcos. Permanecí oculto, de pie, detrás de la multitud que se acomodaba alrededor de la tumba. Vi de nuevo a Luz y a Azura; estaban de pie con sus cabezas inclinadas, empapándose por la lluvia. El ataúd, por fin, se deslizo hacia el sepulcro, que descansaba rodeado de centenares de ramos de flores.
Pensé de nuevo que no quería estar ahí. Que no debí haber ido. Pero conduje hasta allí por compasión, no tuve alternativa. Necesitaba ver a Luz, necesitaba ver a Azura. Incluso en ese momento sabía que nuestras vidas estarían unidas, para siempre.
Verás, tuve que estar allí.
Después de todo, yo era quien conducía el auto aquella noche.
~
El viernes trajo el primer viento frío del otoño. Los robles, cerezos silvestres y magnolias tendrían que comenzar a madurar de color paulatinamente a rojos y anaranjados, y en ese momento, al caer la tarde, Amity observo cómo la luz del sol se filtraba entre las hojas, generando sombras que crecían a lo largo del pavimento.
Luz llegaría dentro de poco. Amity había estado pensando en la omega todo el día. Encontró tres mensajes en la contestadora, y sabía lo que pensaba su madre en ese mismo instante ―exageraba la nota, en opinión de Amity―. "En la noche no te olvides de llevar una chaqueta. No querrás pescarte una pulmonía". El segundo mensaje comenzaba así "Cuando dije chaqueta, quise decir algo clásico. Lo que sea, pero no se te ocurra usar esa rosada grande y larga por más que te encante, pues, aunque sea muy abrigadora es horrible, Amity. Usa la verde que te regalé en las fiestas pasadas". Al empezar a escuchar la voz de Odalia en el tercer mensaje, Amity presionó el botón de "BORRAR". Tenía que estar lista para su cita.
Una hora más tarde, al oír que Luz subía por las escaleras, alisó su vestido negro y luego abrió la puerta.
―Hola Amity, ¿me he retrasado?
Amity sonrió.
―No Luz, llegaste a tiempo.
Luz respiró profundo.
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AMOR, SI TU DOLOR FUERA MÍO Y EL MÍO TUYO... -ADAPTACIÓN LUMITY - OMEGAVERSE-
RomanceLuz Noceda trabaja como policía en la pequeña localidad de Latissa, lleva dos años obsesionada en descubrir al responsable de la muerte de su esposa, que huyó de la escena del crimen. Amity Blight es la profesora de la única hija de Luz, Azura. Amit...