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5;;ME!

Vegetta se había decidido: iba a pedirle a Willy ser su novio. Quería casarse con el rubio, pero había estado pensando en lo que había pasado las últimas dos veces y, decidió que esta vez lo mejor sería empezar teniendo una relación, ir poco a poco. Había estado considerando cómo hacerlo y, como él era, probablemente, la persona más cursi del pueblo, decidió hacerlo a su manera. Aunque a ojos del resto fuera algo ridículo, a él no le importaban sus métodos de cuentos para niños pequeños, porque lo único que le importaba era que Willy aceptara salir con él.

—¡Willy!–repitió unas quince el nombre del chico delante de la puerta de la casa en forma de árbol, esperando que el dueño saliese. Era una especie de costumbre gritar el nombre del rubio, y por algún motivo, nunca se cansaría de hacerlo.

—¿Pero qué te pasa? Hoy estás muy pesadito, Vegetta–ni salió de la vivienda ni abrió la puerta, solo miró por la pequeña ventana de la entrada–. Si vienes para lo de tus animales, entonces hazlo rápido, les he hecho el altar pero quiero mi recompensa, rata.

«—Qué buena manera para hablarle a tu futura pareja–pensó Vegetta».

El azabache suspiró, tocando el puente de su nariz.

—No vengo exactamente para eso, pero puede que lo que tengo pensado decirte te sirva como recompensa.

Esta vez abrió la puerta y salió, mostrando interés:—Suena a información o algo parecido...Me interesa. Veamos qué es lo que tienes.

—Verás–Vegetta sonrió: sabía que a Willy le encantaban las sorpresas y, ¿a quién no?–, primero tenemos que ir a un sitio, uno bonito. ¿Se te ocurre algo?

—Pues ahora que lo dices...sí, hay un sitio que llevo queriendo volver desde hace un par de días–se bajó las mangas de su camisa–. Cúbrete bien, porque nos vamos a la nieve.

Apenas habían recorrido quinientos bloques cuando Vegetta se hartó de la situación. Cogió su comunicador y llamó a Willy, el cual contestó enseguida.

—¿Por dónde vas, Veg-?

—¡No te puedo creer, macho!–le gritó el de morado a través de la línea–. Tienes unas manías, chaval, increíbles.

—Pero si no he hecho nada. Déjate de tonterías y mándame tus coordenadas.

—Que te mande mis–se cortó a sí mismo y suspiró pesadamente, no iba a volver a gritar–. Ahora te las mando, ven rápido, que tú y yo vamos a tener una pequeña charla antes de llegar a nuestro destino.

—Que sí, Vegetta, que sí.

Estuvo a punto de aplastar al comunicador pero recapacitó y se limitó a mandar sus coordenadas al otro chico. Seguido, se sentó en una piedra cualquiera para esperar. Unos minutos más tarde, Willy llegó, descendiendo del cielo con su paravela. Vegetta pensó en él como un ángel que acababa de caer del cielo, qué pena que Willy ya no fuese ese ángel que solía conocer.

—A buenas horas...–se dirigió hacia la figura del chico rubio, le tomó la mano y tiró de ella bruscamente–. Vámonos ya.

—¿Pero qué te pasa? Suéltame, que no me voy a perder, no tengo cinco años.

—Puede que no tengas cinco años, pero actúas como uno. Vamos, dime qué clase de adulto sale de casa con sus amigos y se va por ahí solo sin avisar al resto. Exacto: ninguno, porque eso solo lo hacen los niños pequeños.

—No creo estar entendiéndote.

—A ver, Willy, hijo mío, que parece que te faltan las neuronas. Lo que estoy tratando de decirte es que–suspiró. Ya había hecho muchas veces ese mismo día–, cada vez que vas a explorar con alguien, te vas por tu cuenta, vas a tu bola. No se, imagino que si vas a explorar con alguien es porque tienes pensado ir a explorar con esa o esas personas, no tú solo. ¿Me explico?

𝗳𝗹𝗼𝗿𝗲𝘀 - 𝘄𝗶𝗴𝗲𝘁𝘁𝗮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora