Dieciséis: Baile Invernal.

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Mientras Theodore languidecía en casa de Arianhrod, el dolor que Blaise había tratado de dejar a un lado, más la soledad en circunstancias inexplicables, estaba devorando lo que quedaba de su espíritu.

Sin tener a Theodore para cuidar y con demasiados recuerdos y pensamientos en la cabeza, Zabini estaba cayendo lentamente en un círculo de depresión y auto desprecio que lo ahogaba, con el que tenía que lidiar. 

Pronto se descubrió llorando por cualquier cosa y bebiendo whisky de fuego cuando se sentaba descuidadamente en la enorme sala de su fría mansión.

Algunos de sus amigos le preguntaban sobre sus planes, y él se limitaba a jugar al bufón con ellos, porque la verdad no sabía bien nada, excepto que esperaba: Esperaba a que Theodore se reuniera con él de nuevo, esperaba que su corazón empezara a curar algo de lo que lo único que estaba consciente es que no sabía si tenía cura y esperaba que la muerte viniera de nuevo, pero esta vez por él y hasta en su espera era generoso, porque cualquiera de las tres opciones le parecía un intercambio justo. 

Conforme pasó el tiempo, sin embargo, se dio cuenta que no le gustaba estar solo y empezó a combinar su melancolía con tardes de orgías donde dejaba que la lujuria y la aventura sustituyeran al anhelo y al vacío. Aquella era su manera de paliar su soledad y si bien ya no dejó que ellos se parecieran en lo más mínimo ni a Theo ni a Arian, no había olvidado nada de lo sucedido.

Ya habían pasado dos meses con esa dinámica en su caótica rutina cuando alguien conocido llamó a su puerta y lo hizo comprender con sus lágrimas que no era el único que sufría: 

Muy de acuerdo con su personalidad, Pansy Parkinson se presentó a las puertas de su casa y, bañada en llanto, entró con pisadas vigorosas para que él consolara su alma, tarea que al menos le permitió otra cosa a la cual prestar atención.

La relación entre Blaise y Pansy era complicada, por no decir tormentosa. Los dos eran lo suficientemente parecidos para llevarse estupendamente y tenían una rara confianza que no compartían con nadie más, excepto sus más allegados, pero no tenían madera para una relación de pareja, incluso si a veces, para gente que no los conocían, lo parecían.

Llegaron a atraerse pero no se amaron de ese modo el uno al otro, porque también compartían la dañina tendencia de fijarse en aquellos que no se quedarían a su lado, quizá porque era más difícil o quizá porque en realidad era la manera de manejar que nunca se habían querido lo suficiente a sí mismos. 

Aún así, se querían entre sí lo suficiente para seguir contándose las cosas más importantes. Fue Blaise quien acompañó fielmente a Pansy cuando Draco cortó su relación con ella en aras de que ella saliera adelante sin hundirse con él, y fue Pansy quien apoyó a Blaise cuando la familia de Theodore se derrumbó con todo y él.

A los dos les gustaba hablar de todos y de todo, pero eran lo suficientemente leales para no hablar de los temas importantes con los demás y se cuidaban las espaldas entre sí con algo que no podía calificarse más que amor y cierta pena por el porvenir que les tocaba en suerte.

Así las cosas, Blaise miró a Pansy mientras ella trataba de recobrar la compostura calentando sus manos al lado de la chimenea de su hogar y dio un largo trago de la petaca cuyo contenido calmaba - a veces- sus herrumbrosos pensamientos.

Interiormente se preguntaba qué habría hecho o dicho Draco esta vez, pero también, su pensamiento volaba, insensible a su angustia, a preguntarse cómo estaría Theodore y si seguía mínimamente vivo.

Al fin Pansy dejó de llorar y Blaise la instó a sentarse junto a él, mientras le alargaba el whisky de fuego, que ella bebió largamente y de un solo sorbo.

La Cachonda Leyenda de mis Juguetes Sexuales.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora