Sexta Parte: Firmado, Blaise Zabini.

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Blaise sentía la sangre latir en todo su cuerpo, el corazón latiéndole a mil por hora y su mano derecha deseando que buscara a su miembro para sentir al menos un poco lo que aquellos dos estaban experimentando. Pero no lo hizo, deseando que la experiencia fuera tan cruda como pudiera, castigándose por espiarlos y a la vez agradeciendo que se le concediera esta libertad.

Anonadado vio cómo Theodore, el Theodore que clamaba no tener ninguna experiencia en esto, volvía a probar con su boca el pezón de Arian y ella, ya sin poder controlarse, gritaba en lugar de gemir. El contenido de aquel grito era una mezcla de plenitud y contento y tenía una pizca de ligera queja, la de aquella que necesita que dejen los preliminares y pasen a algo más completo.

Blaise estaba lo suficientemente cerca para notar que la cercanía entre aquellos dos cuerpos hacía sentir a Arian en la parte baja de su vientre la erección de él pero Theodore, casi con medida crueldad y estudiado cálculo, subió una de sus piernas para que pudiera ella abarcarlo más, sin concederle lo que ella pedía todavía. En su lugar, besó con ligereza su pecho y la piel en medio de su busto haciendo un camino infame hacía la locura de su amante. 

Ella a su vez mordió su mandíbula para hacerle pagar y Blaise sintió que iba a desmayarse, siendo aquella la parte más salvaje que había notado en su compañera de curso hasta entonces. 

Oyó la estrangulada y ronca risa de Theodore y los besos fueron sustituidos por su sinuosa lengua, trazando el camino de la lujuria y la necesidad que sólo él era capaz de despertar y que se volvería su marca en la cama (y en otros lados también).

Arian trató de rechazarlo, poniendo sus manos en su pecho para contenerlo antes de que ella estallara en llamas pero él subió a su cuello y suspiró dulcemente debajo de su mandíbula, hasta que ella accedió a entregarse como ofrenda, dejando que él tomara el control de la situación, permitiéndole tomarla en toda su extensión. 

Blaise se había quedado sin habla literalmente, puesto que Theodore, al no ser del todo una vista nueva, no le impresionaba tanto como Arian. Ella se había dejado tender con los ojos cerrados para concentrarse en todo lo que estaba pasando y tenía los brazos abiertos en señal de rendición así que Blaise podía ver lo que siempre había querido ver y nunca quiso aceptar que quería: a ella, completa. 

Su cuello era más largo de lo que parecía con la corbata del colegio puesta y su piel de porcelana era uniforme y aún así tenía tantos matices que él sentía que ningún artista, por bueno que fuera, podría captar cada detalle. El cabello oscuro le caía como una cortina alrededor realzando la cremosidad y brillo de su piel y aquellos senos, levemente enrojecidos por la pasión de la boca de Theo invitaban a ser acariciados con la nariz, los labios, los dientes, los dedos, las mejillas. 

El rostro de ella presentaba un rubor que acentuaba su belleza hasta el punto de hacerla casi insoportable y sus jadeos mientras Theodore trabajaba en su abdomen y tentaba su cintura mientras la despojaba de la falda, la ropa interior, las medias y los zapatos hacían que Blaise deseara correrse, ya incapaz de controlar el dolor de su propia erección, que trataba de ignorar, sin éxito alguno. 

Mientras ella producía aquellos sonidos que parecían imposibles en su garganta delicada, Theodore probaba aquel recoveco que hasta entonces sólo habían conocido sus dedos. Sin compasión por mucho amor que pusiera al hacerlo, él inspeccionó cada detalle y memorizó cada curva con su lengua hasta que casi dejó de sentirla, deteniéndose en su juego hasta que su humedad y su clara invitación a despojarla de su honor e inocencia fue demasiado incluso para su despiadada espera.

Theodore se despojó finalmente de toda su ropa e introdujo aquella parte de su anatomía que nunca le había parecido tan importante hasta aquel instante y empezó a embestir como si deseara conquistar un castillo con la fuerza de su ariete. Ella dejó de jadear y lo abrazó con sus piernas con toda la fuerza de su cuerpo, haciéndolo entender que no lo dejaría salir ahora que había entrado. 

La Cachonda Leyenda de mis Juguetes Sexuales.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora