03 | Jackson y la casa abandonada

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Siempre fui una persona decidida con lo que quería

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Siempre fui una persona decidida con lo que quería. Pero había algunas cosas que anhelaba que pasaran, y aunque quisiera, no tenía la fuerza suficiente como para detonarlas. Así sucedió muchas veces con mi padre.

Recordarlo se siente como una herida que intenta sanar, pero que cada vez lleva la cicatriz más abierta.

Pienso, mientras escucho a mi banda favorita, recostada boca abajo de la cama.

Luego de haberme escapado de la preparatoria, me la he pasado tirada en la cama por horas sin fijar mi mente en algo específico, tratando de esquivar algunos pensamientos.

Oasis me resuena los oídos y yo solo susurro sin voz la letra de la canción. La siento muy presente. Tanto que cierro los ojos y me concentro en la guitarra eléctrica de fondo.

Detecto una señal de taquicardia recordando sin duda el peor momento de mi vida. Ese momento en donde estuve a punto de hacer algo que de seguro habría cambiado muchas cosas.

««««««
5 de mayo de 2010

Mis sollozos son cada vez más rápidos.

En tanto que lloro sin un control, escucho los gritos de mi madre en la habitación de al lado. Parece estar tratando de impedir algo, pero entiendo que todo está siendo en vano cuando el sonido firme de una cachetada y un grito fuerte de mi padre resuenan por la habitación.

Me gustaría detenerlo y acabar con todo esto ya, pero no quiero asomarme por la puerta y sentir la necesidad de rogarle para que pare.

Me encuentro en mi habitación con el volumen de la televisión al máximo, para así ayudarme a no escuchar tanto lo que pasa en la otra recámara.

Pero no funciona.

Todo sigue siendo tan claro. Como si estuviera sucediendo justo al lado mío. Y no lo soporto más. No soporto más la sensación inquietante que siento en el cuerpo al escuchar a mi madre llorar y gritar mientras que papá se divierte con ella.

¿Por qué lo hace?

¿Cómo puede haber alguien capaz de causarle tanto daño a una sola persona?

No lo entiendo.

Levanto mi silueta de la pequeña cama de mi habitación, y me dirijo sigilosamente hacia la puerta. Mi respiración está agitada al igual que mis sollozos.

Al ver que la puerta de la recámara de al lado se encuentra entreabierta, no hago más que dirigirme hacia ella. Y al verlo solo llevo mis manos hacia mi boca sintiéndome obligada a llorar. Y es que no puedo evitarlo.

Asimilo a mi madre, quien se encuentra posada en la cama, con mi padre encima de su cuerpo y con las manos clavadas en su cuello. Sus movimientos son precisos, al igual que las lágrimas de mi madre.

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