05 | La casa del lobo

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—¿Te cuesta mucho no intentar seducir a cada que se te cruza, cierto?

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—¿Te cuesta mucho no intentar seducir a cada que se te cruza, cierto?

—¿Qué dices? —Cuestionó sin entender.

Le doy una mirada fulminante mientras arrastro mis pasos por la lisa calle.

—Digo, que te cuesta mucho ponerte una camiseta —afirmé.

Este me ladea una sonrisa presumida.

—Entonces ¿crees que trato de seducirte? —Demanda el rubio sin detener sus pasos.

—Yo no creo nada —solté llevando la mirada hacia el suelo.

Ya tenemos un rato caminando a no sé dónde, desde que acepté la invitación de Jackson de una salida.

Por alguna razón, nunca me quiere decir a dónde vamos, lo cual es ridículo. Pienso mientras camino por las sigilosas calles de Freeval. Es sábado, lo que hace que las calles estén un poco más repletas de lo habitual. En este pueblo no vive mucha gente. Es el más oculto de Estocolmo, y los sábados te encuentras a la mayoría de habitantes merodeando por cada uno de sus rincones.

Jackson lleva las manos en los bolsillos y da pisadas firmes. Yo me mantengo arrastrando los pies como si quisiera tirarme al suelo y no caminar más, pero continúo.

—Y bien, ya déjate de rodeos —me dirijo a Jackson con una mirada pesada—. ¿A dónde vamos?

—Wolf's House.

—¿Casa del lobo? ¿Qué es? —pregunté curiosa.

—Ya verás.

Yo le doy un giro a mis ojos, mientras siento la mirada de Jackson pendiente a mis movimientos. Le sigo el movimiento, y lo veo. Lleva una chaqueta de cuero negro sobre una camiseta blanca, unas cadenas plateadas que hacen juego y en los pies tiene unas tenis del mismo color que la camiseta. Se ve bien. Siempre me pareció atractiva su forma de vestir, y no olvidemos que por desgracia tiene igual de atractivo el físico.

Qué pesado.

—Oye...

—No te diré qué es Karlsson, no insistas —Fingió una sonrisa irónica.

—No iba preguntar eso, tonto —solté arrugando mi frente.

—¿Entonces?

—¿Prefieres los panqueques con crema o con miel? —sigo viendo la cara de poco importa que trae Jackson—. Oye, esto definirá muchas cosas.

—Ni siquiera como panqueques —Admitió.

Llevé mis manos a mi cabello simulando frustración, que en parte es un poco cierta. ¿Cómo que no le gustan los panqueques? ¿Está bien? Supongo que ahora me tocará a mí, darle un beso de lástima en la frente por todo lo que se pierde.

—Pobre —le copié lo de las manos en los bolsillos—. ¿Quieres que te dé un abrazo?

—Cállate.

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