Capítulo 9

15.4K 1.1K 501
                                    


Pasados cinco días, Juan se observaba en el reflejo del agua en su jardín mientras cosechaba algo de comida para hacer. La comida que Auron le había estado llevando resultó suficiente, pero Spreen comía cada vez más, ya no solo por la energía que agotaba a lo largo de los días mientras follaban a cada hora, si no que su cuerpo, para sorpresa del hechicero, estaba creciendo. Esa no era una característica que recordase de su experiencia previa, y el oso no parecía haberse dado cuenta, pero el cuerpo delgado aunque no escuálido del joven había empezado lentamente a crecer, incluso a Juan se le hacía que tenía más ancho los hombros. No entendía muy bien las razones detrás y no sabía si era algo de lo cual preocuparse. No es como que a él le molestase, el híbrido le resultaba todavía más atractivo con ese cuerpo que poco a poco lo envolvía más.

Además, en su reflejo veía algunas de las marcas que el otro había regado por todo su cuello, incluso la zona de su anterior marca. Juan sentía la piel sensible, la mayor parte enrojecida luego del continuo contacto con los dientes y labios de su pareja. No se imaginó que un dominante podía almacenar tanta energía, pero mierda, Spreen había conseguido que incluso su mente se nublase luego de múltiples orgasmos sin descanso alguno.

—Wacho, ¿estás bien? —la voz del híbrido se hizo oír parándose a un lado de la cesta del hechicero. Todavía le faltaba parte de la cosecha qué hacer y se mantenía perdido en sus pensamientos.

—Sí, sí —aseguró rápidamente, desviando su vista cuando sus ojos permanecieron más tiempo del que hubiera querido en la remera del híbrido, que en su llegada le había quedado holgada y que poco a poco parecía quedarle más justa. En definitiva, no era su imaginación. —Estaba por terminar aquí.

—Bien, no te imaginás el hambre que tengo —comentó casual, envolviéndole entre sus brazos mientras posaba sus labios de forma posesiva sobre los del hechicero. Juan estaba complacido de la territorialidad que Spreen mostraba con él, pero sus labios hinchados le reclamaban descanso.

No pensaba pararle, incluso con el pequeño ardor.

—¡Fuiste tú el que no quiso desayunar, pinche oso pendejo! —reclamó el castaño, una vez separados los labios del oso.

—Estaba mejor cojerte a vos, cariño —soltó sin pena alguna. Juan ahogó cualquier queja venidera que se le hubiera ocurrido luego de que esta mañana, al querer salir de la cama para darle de comer al otro, este mismo le hubiese retenido entre las sábanas y llenado el culo hasta que casi perdió la consciencia.

La falta de costumbre de una vida sexual activa resentía el cuerpo del hechicero, además de poseer solo un cuerpo humano que aguantase a semejante hombre.

Sin embargo, el recuerdo de lo mucho que lo disfrutó le impidió siquiera inventarse una queja para el otro. Spreen se acabó burlando de él, porque como ya venía experimentando de días previos, estas pequeñas enfrentas entre ellos siempre terminaban en comentarios sexuales de parte de uno para callar al otro, lo cual le resultó mucho más entretenido de lo que en principio imaginó.

Ambos caminaron con calma a través del santuario, comenzando su rutina hogareña mientras partían su trabajo de hornear pan. Gracias a las instrucciones del híbrido, que Juan descubrió disfrutaba de la cocina mucho más de lo que parecía en primera instancia en su local de pollos, el pan al hechicero le resultaba incluso más apetitoso, habiendo mejorado lo suficiente para conseguir un pan esponjoso que podía comer acompañado de mantequilla tranquilamente. Y si bien Spreen disfrutaba como nunca cocinarle a alguien más por puro gusto, estaba más encantado de dejarse consentir por el hechicero que se emocionaba de darle a probar su comida casera.

En el corto tiempo que llevaban la convivencia entre ambos, los detalles personales saltaban a la vista con facilidad para el otro, guardando cada pequeño descubrimiento como tesoro, sabiendo que eran probablemente la única persona que conocía esas cosas del otro. Juan estaba gratamente sorprendido en como habían encajado, y aunque la mitad de su dinámica consistía en discusiones de broma, entenderle y captar sus gestos como si le conociera de toda la vida se hacía cada vez más natural.

El Bosque - SpruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora