Capítulo 2

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—Juan, te lo ruego, no sé cuánto podrá aguantar Mariana con Spreen encerrado —insistió el rubio. Juan estaba solo viéndole los brazos con sangre por causa de sus heridas para tratar de distraerse de sus palabras. De verdad no quería, le encantaría no saber, este era un muy mal momento para tener conocimientos específicos.

—Chingada madre —rugió el castaño desviando la vista. Se internó con rapidez a su santuario en busca de uno de sus cofres lleno de pociones para extenderle uno al vikingo que le siguió sin chistar. Este le miró sin comprender y sin saber de qué trataba. —Este no es para él, es para ti. Cúrate —Juan intentó tragarse la obvia incomodidad sabiendo que no tenía ganas de decir lo siguiente —y llévame con él, te ayudaré.

La expresión de alivio de Carola solo fue un vil recordatorio de lo difícil que le resultaba ser un hijo de puta aún si el híbrido no era la persona con quién mejor se llevaba. Le encantaría ser más egoísta, pero decirle a otro lo que pensaba que Spreen quería guardar para sí mismo en cuanto lo supiese mejor no estaba bien.

Así que su rápido camino hasta la pollería del joven se sintió tortuoso en cada instante. Parecía en cada segundo que estaba de camino a su propio funeral.

El anuncio de Carola para acercarse más al suelo y aterrizar de su vuelo fue su última oportunidad para huir. Era un cobarde y tenía inmensas ganas de vomitar debido a los nervios, pero se quedó.

—Mariana lo tiene en el subterráneo encerrado, quiso atacar a Mayichi y nos asustamos porque no parece él. —explicó Carola dándole ingreso al local y guiándole a través de la escalinata para empezar a oír los rugidos del híbrido.

Por supuesto que no parece él. Juan solo tenía que recordar un poco a su ex-esposo/esposa para imaginar como de mal debía estar el joven.

Al ingresar al salón lo descubrió con las garras clavadas en los barrotes de la prisión improvisada que habían hecho los otros dos. Mariana tenía una marca de dentadura en su mano derecha manteniéndose apartado lo más posible del híbrido, con este soltando alaridos y rugidos similares a los de un oso salvaje. Juan se preocupó del estado avanzado de su problema.

—¡Señor Juan! ¡Que bueno que ya llegó! ¡no sabía si el señor Spreen acabaría por romper los barrotes antes! —lloriqueó el joven castaño de aspecto similar a Juan. El hechicero sonrió con incomodidad.

—Llegué —reafirmó, con una voz quebradiza porque a pesar de todo, él también estaba asustado de Spreen. —Necesito que me dejen solo con él por ahora, yo puedo con él, ¿está bien?

La pregunta causó la mirada de confusión entre Carola y Mariana, quiénes a pesar de sus heridas y de las ganas que tenían de recuperar a su amigo y deshacerse de este problema, no confiaban lo suficiente en el hechicero e incluso temían por la seguridad de éste.

—Juan, es peligroso... —empezó a decirle el rubio, acercándose hasta el hechicero, aunque por algún motivo, esa acción causó un gruñido más fuerte del oso.

—¡Te puede hacer daño! —siguió Mariana, alterado notablemente.

El hechicero sacó de entre sus túnicas una poción de color blanco, con una sonrisa enseñándoselas, —no se preocupen, yo puedo. Los tendré en mensaje rápido si necesito ayuda, pero necesito hacerlo solo.

Su determinación y firmeza, que realmente estaba fingiendo, lograron convencer a los otros dos de despedirse de él asegurándole que estarían en la entrada del local por cualquier emergencia.

El hechicero suspiró audiblemente, la poción no era ninguna cura milagrosa, solo una poción que, con la suerte suficiente, debilitaría al animal interno del joven lo suficiente para que recuperase la consciencia por un par de horas. Se sentó visiblemente agotado delante del híbrido, mirando como este alejaba sus garras de los barrotes y sus ojos oscurecidos por la presencia del animal interno del híbrido parecían desvanecerse levemente.

El Bosque - SpruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora