Capítulo 3

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La verdad es que... no esperó que la invitación a enseñarle viniese acompañada de una estadía en el santuario del mago. Juan lo había sacado de su local diciéndole que, debido a su territorialidad, tenía dos opciones. Una era que se fuese a cualquier lugar lejos de los pueblos donde nadie lo fuera a encontrar y desde dónde no pudiese regresar con facilidad, lo que incluía los riesgos de atacar a alguien de encontrárselo y desquitar su sed con los mobs volviéndose loco por un par de días, y la otra opción era mantenerse bajo el ojo de Juan en su santuario que estaba literal en la cima de una montaña alejado de todos en su propio pueblo, mientras este cuidaba que no hiciera alguna estupidez contra sí mismo ni contra nadie.

Lo odiaba, pero la opción de permanecer con el hechicero era por supuesto lo más razonable.

Así que ahí estaba él, con su mochila llena de provisiones para su estadía en el hogar de Juan luego de haberles explicado a sus empleados que para resguardar a todos se iría con el hechicero por un par de días en lo que se curaba. Sin querer entrar en ningún detalle de lo sucedido, pero disculpándose por su comportamiento errático.

—¿Dónde me quedo yo, gafotas? —preguntó. No iba a reconocerle al hechicero el gran trabajo que hizo construyendo magna casa en la que vivía. Aunque él no se quedaba atrás, hasta vergüenza le daba confesar que su casa era un montón de tierra apilada. Había centrado sus esfuerzos en construir su emporio.

Juan no lo había pensado... pero incluso con lo grande de su santuario, solo había una habitación... la suya.

—chúpame la pija —rezongó el oso cuando entendió su expresión incómoda —¡No pienso dormir con vos, mago de cuarta!

—no tienes otra opción, hijo de puta —le respondió el más pequeño, notablemente ofendido —o duermes en el suelo o en mi cama.

—en el suelo entonces, pibe

El hechicero suspiró rindiéndose, sin intenciones de discutir más. Por suerte su habitación era grande, así que le hizo un ademán al joven para que lo siguiese. Ya que Spreen se rehusaba a dormir con él, le tendió un saco y le dio un par de cofres para guardar sus pertenencias en un rincón de la habitación. Le permitió acomodarse mientras él regresó a su sala en donde se hallaba su trono, esperándole.

—Maracas, —llamó presionando el objeto en forma de pollo en su mano. Recibió el mismo sonido desde algún lugar de la habitación —¿por qué rayos lo hice, maracas? ¡soy terrible para lidiar con esto!

El sonido se volvió a oír en una corrida de al menos cinco veces. Parecía ser la expresión del ente para darle a entender que él tampoco lo entendía.

—Lo que sea. Maracas, solo te pido que me avises si ves a alguien subiendo al santuario. Puede ser peligroso que Spreen perciba a más personas cerca de él. Puede parecerle invasión a su propiedad. —le explicó, a cambio, la respuesta fue tan solo un ruido seguido de un asentimiento de parte de Juan. Al menos una preocupación menos. Era poco probable que alguien se asomase a sus terrenos sin él como guía, pero Maracas le ayudaría a prevenir.

—¿flasheo o estabas hablando solo, boludo? —Spreen se le apareció por detrás, mirando sin comprender el objeto entre las manos de Juan y dudando de su cordura. Quizá no fue su mejor idea seguirle.

Juan le miró indignado —estaba hablando con Maracas, idiota. —respondió, aunque Spreen tampoco logró ver a nadie. La desaparición repentina del objeto en forma de pollo de las manos de Juan hizo que se callase. No se lo había imaginado, ¿verdad?

—Ven, Spreen, te daré algo para prevenir. —le pidió el hechicero, comenzando el descenso a su sótano donde tenía prácticamente todos sus objetos de valor. En el camino, empezó a explicarle —De seguro no entendiste cuándo hablé de "feromonas"...

El Bosque - SpruanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora