27. Te veo

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Maratón 3/3

Lo fulminé con la mirada y me tragué la gran cantidad de insultos que querían escaparse de mis labios ante su sola presencia. Sabía que no debía confiar en él.

—Al fin, apareció la estrella de la noticia. Cuéntanos, Ngayä, ¿hace cuanto que tienes «visiones»?

Me tensé de pies a cabeza y abrí la boca con sorpresa.

Era imposible. No había ninguna forma posible de que ese Skawng supiera sobre mis visiones. ¿Cómo podía saber eso? ¿Cómo se atrevía a ponerme en esa situación delante de todo Mi pueblo?

—Es importante porque... francamente, no me gustan los mentirosos y no sé si podría convertirme en Olo'eyktan teniendo como pareja a una.

Bajé las orejas llena de rabia y le enseñé los colmillos provocando que él se tensara también. Si tenía que destrozarlo lo haría, pero no dejaría que acabara con todo el esfuerzo que había tenido que hacer para ganarme mi lugar entre los Metkayina. Nadie arruinaría todo lo que tanto esfuerzo me había costado, ni mucho menos él.

—Cuida tus palabras, Ae'itan, aún no eres Olo'eyktan. Recuerda donde está tu lugar.

Ahora fue él el que me mostró los colmillos. Empezaron a oírse murmullos entre los Metkayina, quienes no entendían como podía tener visiones, y aún menos sin ser tsahík. Pero el problema vino después.

—Pero no es solo eso, ¿verdad, Ngayä? Cuéntales la verdad, cuéntales lo que viste o lo haré yo —me desafió con la mirada y pegué las orejas a mi cabeza mientras agitaba la cola con furia. Sin embargo, la cara de confusión de mi madre me descolocó y acabé agachando la cabeza apenada—. ¡Ella sabía que esa Tulkun y su bebé morirían! Lo sabía y no dijo nada.

Todos comenzaron a hablar horrorizados y miré a mi madre, pidiéndole perdón con la mirada. Ella solo me miraba apenada sin saber qué decir o cómo reaccionar.

—¡Asesina!

Retrocedí asustada ante las palabras de Ae'itan y me encogí ligeramente.

—¿Qué...? —murmuré, comenzando a retroceder con miedo.

—¡Esos Tulkun han muerto por tu culpa!

Ae'itan dio una gran paso en mi dirección y me empujó, provocando que tropezara bruscamente cayendo frente a él. Comencé a temblar, asustada, pero justo cuando Ae'itan iba a dar otro paso hacia mí, alguien se metió en medio y lo empujó con tanta fuerza que Ae'itan cayó también al suelo; lejos de mí.

—Que sea la última vez que le pones una mano encima.

Todos enmudecieron ante la escena y Ae'itan se levantó, cabreado por la humillación de haber caído al suelo. Una sonrisa cínica apareció en su rostro y rió de forma incrédula.

Skawng // NeteyamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora