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Audrey esbozó una sonrisa, y como si nada hubiera ocurrido entre nosotras, tiró de mi brazo y me alejó de Evan. Me llevó unos metros más allá para poder hablar sin que él escuchara. Cuando me soltó, permanecí impasible por unos segundos hasta que ella se aclaró la garganta y empezó a hablar.

—Sé que estás molesta...

—Esa es una mala frase para empezar —repliqué secamente.

La confusión se apoderó de sus facciones por un momento, como si no se hubiera esperado una reacción de mi parte. Sacudió la cabeza, aún con el entrecejo fruncido y decidió seguir hablando.

—Sé que lo que hice estuvo mal... pero tenía una buena razón.

—¿Ah, sí? ¿Cuál?

Soltó una risa, quizás esperando a que también me riera con ella. Se enserió cuando vio que no me causaba gracia.

—Era un reto —admitió—. Tuve que hacerlo.

—Eso no arregla nada, Audrey —espeté, e hice un ademán de irme. Ella me regresó a mi lugar antes de poder dar un paso. Entorné las cejas.

—Lo sé, sé que no arregla nada —musitó—. Perdón, lo siento mucho.

Bajó la cabeza, mirándose las manos. Suspiré con ganas, pensando en lo que ha dicho.

—Te perdono.

Levantó la vista con rapidez.

—¿En... serio?

Asentí, apretando los labios.

—Entonces... ¿seguimos siendo amigas?

¿Lo éramos?

Dudé, pero al final terminé diciendo que sí. Estas cosas pasan a veces; una de las dos se equivoca, actúa mal... y luego debe pedir perdón si quiere arreglar las cosas. Debí suponer que también nos pasaría a nosotras.

Audrey sonrió, pero la sonrisa se le congeló en el rostro. Sacudió la cabeza, inspeccionando nuestro alrededor. Se quedó mirando de más a Evan, quién estaba recostado de un casillero y le ponía mala cara a quien sea que pasara. Hice el intento de ir hacia él, pero me detuvo tomándome del brazo.

—Una cosa más —mencionó.

—Dime.

—No pueden vernos juntas.

Automáticamente dejé de ver al pelirrojo, y me enfoqué en ella, extrañada. Me liberó del brazo y se alejó dos pasos de mí, mirando a los lados.

Trató de sonreír cuando vio mi expresión.

—Podemos ser amigas del colegio para afuera —propuso, luciendo nerviosa de verdad.

—¿Qué? —repuse, sin entenderlo del todo.

Soltó un suspiro, y se restregó los ojos con cansancio.

—Lo que digo, es que podríamos juntarnos solo  —hizo énfasis en la última palabra—, fuera de la escuela.

—¿Por qué?

—Es que... no quiero que me vean contigo.

Retrocedí en cuanto lo entendí.

—¿Te avergüenza ser mi amiga, Audrey?

Se sorprendió por la sequedad que adornaba mi voz. Se apresuró a negar con la cabeza, riendo nerviosamente.

—No, no es lo que crees... solo... pensé que...

—¿Qué cosa pensaste? —la corté.

Respiró hondo.

—No voy a hacer esto —masculló.

—Dímelo, si las cosas van a ser así quiero saberlo.

—No creo que...

—Audrey, dilo —exigí.

Desvío la mirada para huir de mis ojos.

—Creí que como nunca nadie te ha querido de verdad, lo aceptarías sin rechistar.

Mi corazón se rompió un poco. Me esforcé para que no lo notara.

—¿Aceptar qué? ¿Que me desplaces de esta forma?

—Chelsea, no...

—¿Creíste que aceptaría este tipo de trato solo porque eres mi mejor amiga?

Abrió los ojos, pero no lo negó.

—No quiero tú lastima, Audrey —escupí.

Hacer esto me dolía más a mí que a ella. Drey había sido mi primera amiga aquí, y la quería muchísimo, pero no iba a aceptar esto. No puedo hacerme esto a mí misma. Quería que todo volviera a ser como antes, pero al ver su expresión supe que ella no pensaba retractarse. A ella le apetecía encajar, y yo no sería quien se lo impidiera.

—Entonces... ¿se acabó? ¿Este es el final de nosotras?

La contemplé por un segundo, y de inmediato me vino a la cabeza el primer día que la vi. Estaba completamente aterrada, y no sabía si cambiar de colegio había sido lo mejor, pero ella estuvo ahí. Hizo que todo fuera más sencillo, al menos por un tiempo.

Contuve las ganas de llorar.

—No te pediré que te quedes sino quieres hacerlo.

Entreabrió los labios como si no pudiera creérselo. Frunció el entrecejo.

—¿Y qué piensas hacer? ¿Estarás sola el resto de tu vida?

—Soy más de lo que significo para ti, Audrey —pronuncié—. Estoy cansada de esto. .

—No intentes reparar a la chica rota —advirtió, sabiendo perfectamente a lo que me refería.

—Lo intentaré si la chica rota soy yo. —La miré por última vez, y sonreí—. Adiós, Drey.

Hizo el intento de sonreír, pero solo le salió una mueca. Se cruzó de brazos.

—Adiós, Chelsea.

Tras eso, me alejé de ella, llevándome conmigo el sentimiento de vacío en mi pecho.

No intentes reparar a la chica rota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora