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Tuve que bajar la vista de nuevo a mis manos para seguir hablando. De pronto sentía la necesidad de quedarme aquí para siempre, con el cabello volándome por la brisa, con el sonido de las olas golpeándome los oídos.

—Trato de entender a Audrey y comprendo que no quiera quedarse, no la iba a obligar a hacerlo. Solo pensé que esta vez sería diferente, pensé que se quedaría un rato más. Es todo. Volví a mentirme mí misma y lo olvidé.

Antes de darme cuenta, Evan me tomó por la nuca y me atrajo hasta él. Cerré mis brazos entorno a su cuello automáticamente y apreté los labios. Siento el paladar en carne viva, mis palabras ardieron. Todo lo que dije. Y que Evan esté abrazándome como lo está haciendo, no ayuda mucho a que la soga que siento en mi cuello desaparezca.

—Está bien llorar —pronunció—. Estoy aquí.

Fue solo eso.

Esa oración brotando de su boca fue el detonante para que me derrumbara.

Cerré los ojos con fuerza y al abrirlos, un sollozo salió de lo más profundo de mí. Me aferré más a él. Mi respiración se había acelerado. Estaba temblando.

—¿Hice algo malo? —gimoteé—. Creo que fui muy egoísta.

Evan trazaba círculos con sus dedos en mi espalda; de alguna manera eso me hacía sentir menos sola y más reconfortada.

Estúpido Evan, siempre sabía qué hacer.

—Elegirte por encima del vínculo que tenías con alguien no es egoísta, Chelsea —aclaró, con voz suave—. Y no, no hiciste algo malo, alejarte de las personas que quieres con todo el corazón, duele, pero querer a veces es dejar ir también.

—Este sentimiento es viejo, ¿por qué me duele tanto?

Mi corazón se encoge. Él me abraza con más fuerza cuando vuelvo a sollozar. Escondo mi rostro en la curvatura de su cuello.

Evan era quien estaba sosteniéndome en este instante. Y por primera vez en mi vida, sentí que me había roto frente a alguien y que estaba permitiendo que viera lo vulnerable que podría ser. Sin embargo, lo extraño no era aquello, sino que él seguía aquí.

Estaba permitiendo que me sostuviera, estaba siendo débil ante él. Ante Evan. Y lo peor, o lo mejor, tal vez, era que no me importaba en lo absoluto.

—Definitivamente, el mundo es estúpido.

Sorbí por la nariz.

—¿Tú crees? —repliqué en un hilo de voz.

—Por supuesto que sí, Chelsea —espetó y parecía molesto en verdad—. El mundo es estúpido porque tú te sientes así y no quiero. Quiero que los demás se den cuenta de lo increíble que eres y que te traten como tal. No eres un problema, ni una molestia, ni un objeto. Eres mucho más, siempre has sido mucho más.

—No me conociste antes... no sabes si lo era.

—Siempre fuiste suficiente, colorada —expresó, haciendo que el corazón se me acelerara—. La pequeña Chelsea lo era y la de ahora también lo es. Nunca fuiste el problema entre tu familia.

Respiré temblorosamente.

Ni siquiera recuerdo cuándo no lo he pensado. Era como si mis padres tuvieran un propósito en su vida y ese fuera olvidarse de mí. Me he sentido tan invisible mi vida entera que he llegado a creer que mis padres tenían razón respecto a mí.

Y ese pensamiento era feo, porque verme a través de sus ojos era lo peor que podría llegar a hacerme.

Era extraño, pero me sentía segura con él así. Abrazándolo; teniéndolo cerca de mí. Solté un suspiro y aceptando lo que venía, me separé con lentitud. Me senté enfrente y sequé el rastro húmedo de mis mejillas con la manga de mi abrigo. Luego subí despacio mis ojos por todo su rostro. Por su mandíbula, por sus labios carnosos, por su nariz... sus pecas. Y por último, sus preciosos ojos de iris azul que siempre conseguían ponerme nerviosa.

Él ladeó la cabeza y levantó la mano. Contuve la respiración cuando su piel rozó la mía. Acomodó un mechón de pelo detrás de mi oreja y dejó su mano sobre mi mejilla, acariciándola suavemente con su dedo pulgar.

Y ahí estaba de nuevo esa sensación rara. Ese cosquilleo en los dedos, ese encogimiento en el estómago. ¿Qué era eso? ¿Y por qué lo sentía?

Ninguno dijo nada por unos segundos. En otro momento, me hubiera importado que me viera en tal estado. Con los ojos hinchados, la nariz roja y las mejillas un poco húmedas todavía. Sorprendentemente, no me importaba aquello, solo podía mirarlo a él.

Me pierdo en sus ojos, en ese azul cálido y acogedor que me observa desde tan cerca. Los ojos le brillan, igual que siempre que me mira de esa forma. Y de pronto, decaigo en lo que estoy haciendo. Siento que me duele el pecho. El nudo en mi garganta vuelve a crecer. No, no puedo sentirme así con él, no puedo volver a sentirme así de rota.

Conozco la sensación. Fue igual que con Audrey. Sentí que ella sí se quedaría, que sería diferente. Y mírenme ahora, ¿por qué sigue doliéndome?

Observo bien a Evan y trato de grabarme hasta el más mínimo detalle de su rostro en mi mente. Evan, ¿cuánto tiempo se quedaría?

—Gracias —musito, aún viéndolo—.Gracias por dejarme entrar en tu lugar.

Me sonrió. Como si lo hubiéramos planificado, ambos nos sentamos derechos y fijamos nuestra vista en el mar. Sonreí cuando noté que se acomodó para sentarse más cerca de mí.

Transcurrieron un par de minutos en los que no necesité nada más. No era incómodo, al contrario, nunca me había sentido tan cómoda en compañía de alguien.

Carraspeó, atrayendo mi atención.

—Chelsea. —Me llama, haciendo que me gire para verlo. Vuelve a esbozar una sonrisa—. La única persona que puede jugar con el color de mi pelo sin que me moleste, eres tú.

Eso me hace sonreír. Y como si lo hubiera hecho un montón de veces, dejo caer mi cabeza sobre su hombro.

Sí, le daré un voto de confianza al pelirrojo.

No intentes reparar a la chica rota Donde viven las historias. Descúbrelo ahora